‘Yo no parí para la muerte’

Capítulo 1

Mujeres invencibles

‘Yo no parí para la muerte’   

En sus historias, en sus voces, está la historia misma del Distrito de Aguablanca. De esos esfuerzos por colonizar un pedazo de tierra para su familia. De esos desarraigos de tanta gente de distintos lugares del país, que llegó ahí, buscando una mejor vida. De sus propias creencias y mitos. De mujeres que parieron tantos hijos. De los grandes verdugos como la drogadicción y la muerte, que se han llevado a tantos adolescentes. De la fuerza con que sus madres y sus padres han tenido que levantarse para seguir dando la pelea, a pesar de tanto.

A Daisy les mataron a sus dos jóvenes hijos el mismo año. Y hoy habla con firmeza de paz, de perdón. A Flor le tocó enterrar a uno de sus hijos y ponerle el diploma de su grado sobre el ataúd. Hoy se refugia en Dios para seguir construyendo. A María Valeria se le murieron 13 de los 20 hijos que engendró, y a uno lo asesinaron. Hoy, su sonrisa es capaz de iluminar más que el enorme sol de julio estacionado sobre la Sucursal del Cielo. A Miriam, le tocó desde muy niña trabajar, huir del maltrato, ser responsable de sí misma y escapar de un abuso sexual para llegar hasta aquí. Hoy es un ejemplo de liderazgo, orgullosa y serena.

Adrián Ceballos era el nombre del hijo asesinado de Flor Cabezas, una madre de ‘Yo no parí para la muerte’.
Adrián Ceballos era el nombre del hijo asesinado de Flor Cabezas, una madre de ‘Yo no parí para la muerte’.

Cuatro heroínas de carne y hueso que hacen parte del programa ‘Yo no parí para la muerte’, una iniciativa de la Secretaría de Paz y Cultura Ciudadana de Cali, que nació en el 2014 y que ya suma 1304 integrantes egresados. Gente que llegó ahí para prevenir nuevas violencias, y hoy son ejemplo de reconciliación y de cómo es posible sanar las heridas emocionales.

Hay mujeres y hombres de 10 comunas de la ciudad que han pasado por el programa; habitantes de veredas, miembros de las barras bravas, gente que le conoce la cara a la violencia. Luego de diez talleres, de reflexiones, de construir mensajes, de hacer sus muñecas de la esperanza y tejer sus telares, se gradúan como gestores de paz. La meta es beneficiar a 2000.

Katherin Flórez, psicóloga del equipo de Laboratorios de Paz, que acompañó el proceso en la Biblioteca Daniel Guillard, cuenta que con esta iniciativa se promueve el uso de pautas de crianza para resolver violencias.

“Hacemos todo un proceso de reflexión, paso a paso, de apoyo que conduzca al perdón. Y encontramos testimonios de vida tan fuertes”

“Hacemos todo un proceso de reflexión, paso a paso, de apoyo que conduzca al perdón. Y encontramos testimonios de vida tan fuertes”, dice.

Estas son sus historias:

“Quiero compartir esperanza, no dolor”: Daisy Chocó

“Todos los días le pido a Dios que me dé fuerzas para vivir, porque los que están muertos son mis hijos, yo estoy aquí y tengo que salir adelante. No quiero que mi corazón se llene de odio, no quiero vivir con amargura y resentimiento. Uno es el que decide si perdona o si se hunde. Porque la vida no se para, la vida sigue”.

Algo más allá de lo explicable habita el corazón de Daisy Chocó. Pareciera que una fuerza divina se asomara todos los días por su ventana y la llenara de energía para seguir viviendo, para creer que hay un mañana posible, a pesar de que sus dos hijos estén muertos, ambos asesinados, en dos hechos difere

ntes: el primero en mayo y el segundo en diciembre de 2010. Esta es la historia de una mujer desplazada una y mil veces, que hoy se dedica a cuidar a su madre y que asegura que no hay otro camino para vivir que el de perdonar:

“En el 2010 yo vivía en el barrio La Pradera, Desepaz. Fui madre cabeza de familia, tenía dos hijos y en el 2010 matan a mi hijo menor y yo tengo que irme del barrio, de hecho, tuve que irme de la
ciudad.

“En el 2010 yo vivía en el barrio La Pradera, Desepaz. Fui madre cabeza de familia, tenía dos hijos y en el 2010 matan a mi hijo menor y yo tengo que irme del barrio, de hecho, tuve que irme de la ciudad. Pero mi hijo mayor se queda acá y ese mismo año lo matan.

Luego de pasar todo eso, como ya me había ido de la ciudad, me quedé viviendo en una finca entre los municipios de Santander de Quilichao y Caloto. Allá estuve más o menos como cuatro años, después de ese tiempo me voy del país, a donde una amiga en el Ecuador, que me dijo:

‘Daisy, por qué no se viene para acá. Usted está sola. Y acá tiene la posibilidad de iniciar una nueva vida…’

Yo atendí la invitación, pero estando allá me di cuenta de que no era fácil. Uno empieza a buscar el empleo y le dicen: colombiano no, y pues los recursos que yo había conseguido para llevar se acabaron. A uno siempre le da pena como estar de arrimado, entonces me regreso a Colombia. Cuando volví no tenía dónde vivir, porque cuando mataron a mis hijos yo dejé todo tirado y no podía volver al sector, porque los que mataron a mis hijos dijeron que también iban contra mi vida. Mi hijo menor se llamaba Luis Felipe Lasso y murió a los 20 años. El mayor se llamaba Wílsom Carabalí y tenía 26.

Míriam, María Valeria, Daisy y Flor: cuatro mujeres corajudas del Distrito de Aguablanca.
Míriam, María Valeria, Daisy y Flor: cuatro mujeres corajudas del Distrito de Aguablanca.

Mi mamá vivía con una de mis hermanas, pero en un momento dado, mi hermana tuvo que irse a Chile, que es donde viven su esposo y sus dos hijos, entonces ¿quién tenía que quedarse con mi mamá? la única que estaba soltera y sin hijos era yo. La vida de una persona como uno que es desplazada es muy difícil porque uno vive aquí, allá y así…

Nosotros venimos de Padilla, Cauca. Mi papá era un líder comunitario, cacaotero y en una de esas reuniones le dijeron que Jamundí era muy bueno para vivir. Jamundí fue bueno para él, porque la mayoría de nosotras éramos mujeres y él podía quedarse en la finca trabajando, mientras mi mamá nos cuidaba.

Cuando yo tenía como 20 años nos trasladamos para Cali, después de que mi papá y mi mamá se separaron. Nosotras éramos siete muchachas. Mi mamá hipoteca la casa para poder hacer algo y se puso a coser ropa infantil. Así comenzamos a producir; nosotras le ayudábamos bordando y mami vendía, pero llegó el momento en que papá se enfermó y tuvo que regresar con nosotros y mami dejó de trabajar para dedicarse a cuidarlo. Todo empezó a complicarse; las deudas nos acosaban y se paró la microempresa. Mi mamá vendió la casa y lo que le dieron allá no alcanzaba para venirnos a Cali.

Así llegamos al barrio Alirio Mora Beltrán; yo tenía en ese entonces 20 años. Nos quedamos ahí, pero se nos complicó de nuevo la situación, vendimos y nos trasladamos para Villapaz, en Jamundí, porque el que era mi novio en esa época nos dijo que nos fuéramos para allá. Allá nació mi hijo mayor, luego decidimos regresarnos para Cali, luego a Puerto Tejada, luego al barrio La Paz…

Desde hace unos años me dedico a cuidar a mi mamá, que en ocasiones venía a acompañarnos a las actividades. Ella se llama Alba Ruth Carabalí. Tiene diabetes y algunos diabéticos no soportan los pies, entonces ya no puede desplazarse tanto.

En el grupo Renacer, del que hacemos parte todas, apareció el programa ‘Yo no parí para la muerte’ y nos empezaron a hablar sobre la convivencia, la paz, y sobre cómo uno cada día puede renovar el pensamiento. Cómo eso puede impactar nuestra vida y la vida de los demás.

En el grupo Renacer, del que hacemos parte todas, apareció el programa ‘Yo no parí para la muerte’ y nos empezaron a hablar sobre la convivencia, la paz, y sobre cómo uno cada día puede renovar el pensamiento. Cómo eso puede impactar nuestra vida y la vida de los demás.

Hicimos el proceso de ‘las muñecas de la paz’ que fue bien interesante. Y vimos cómo esto nos ha servido para que cada una pueda desarrollar su creatividad; además se unen las familias.

Alguna vez vino a una charla una chica que había sido de los grupos armados ilegales y fue muy bueno poder ver ese día que no es fácil perdonar, mirar a tu agresor a la cara, ver lo que te hizo, cómo te despojó de lo que tenías y darse cuenta de que ese agresor también ha sido víctima. Aquí cuentan la historia víctimas y victimarios. La chica nos dice: ‘ustedes qué harían si se encuentran con esas personas’. Y uno respondía ‘pues perdonarlo’, porque en ese grupo hay una característica y es que la mayoría vamos a iglesias cristianas, Dios nos da esa capacidad de perdonar. Y había gente que aunque fuera cristiana afirmaba: ‘Yo no los voy a perdonar, porque la guerrilla me hizo salir de ese lugar corriendo con mi hijo y entregarlo al monte’. Ellos nos pedían perdón.

María Valeria Molina es la sonrisa que ilumina las reuniones del grupo Renacer. La sabia costurera que comparte sin egoísmo.
María Valeria Molina es la sonrisa que ilumina las reuniones del grupo Renacer. La sabia costurera que comparte sin egoísmo.

Uno siempre le pide a Dios por la paz de este país, porque igual es el nombre del programa, ‘Yo no parí para la guerra’ y desafortunadamente los que van a la guerra son nuestros hijos. El guerrillero tiene una mamá, el paramilitar tiene una mamá, el soldado tiene una mamá y los chicos que de hecho están en las pandillas también tienen una mamá y uno no piensa que le puedan pasar esas cosas. Yo digo: desde mi corazón de mamá uno ‘no pare’ para la guerra, ‘uno pare’ para que sus hijos le sirvan a esta sociedad, para que sus hijos engrandezcan el nombre de uno como mamá y así sea un barrendero, pero que barra bien y uno pueda sacar pecho y decir ‘ese es mi hijo’.

Pero nos hemos acostumbrado tanto a la guerra, a la violencia, que cada día uno tiene que ver cómo mamás tienen que ir a enterrar a sus hijos y yo creo que eso hay que cambiarlo. No solamente la violencia se ve en el campo. Uno ve que su vecina se tiene que ir de su casa por la violencia, porque llegó alguien y ‘se enamoró’,  como dicen ahora, les mató a sus hijos y se tiene que ir.

Señor, ayúdeme a sacar esto porque no quiero que mi corazón se llene de odio, porque vivir con amargura, odio y resentimiento es muy complicado.

En ese entorno lo que uno consigue, lo consigue con demasiado esfuerzo, es lucha, uno puede ver el contexto de cómo el 95% somos mujeres cabeza de familia, bien sea porque es viuda o porque es madre soltera, pero somos las mujeres las que le ponemos el pecho a la brisa de una u otra manera y ver que tienes que enterrar a tus hijos es muy duro. Es una de las experiencias que yo digo que uno como mujer, como mamá, no puede soportar, es algo muy complicado. Yo llevo nueve años en este proceso y no es fácil.

Cada día debo decir: Dios mío dame fuerzas, porque los que están muertos son mis hijos y yo sigo viva y tengo que salir adelante, porque tengo dos nietos que los veo esporádicamente, pero los veo. Todos los días las mujeres tenemos una condición de fortaleza… si invitan a salir a marchar por la paz, salimos las mujeres, y si nosotras no tomamos esa bandera de decir ‘¡basta, ya no más!, hasta cuándo tenemos que seguir enterrando a nuestros hijos’, pienso que no va a parar esto, porque nosotras somos las que parimos, las que gestamos, las que damos vida.

A mí me llama la atención toda esa gente que dice que no quiere que esto cambie, que nos acostumbramos tanto a la muerte, que hace como parte de nosotros y no queremos reaccionar. Cuando matan a alguien lo que dicen es ‘ah, por algo sería’, es como normalizar la muerte, ver uno las agresiones y decir que las merecían. El esposo agrede a la esposa y el otro dice ‘yo no me meto porque eso es pelea de ellos, de marido con mujer y eso se arregla en la sábanas’.

Alguien dijo que después de que se firman los acuerdos de paz es general que la violencia arremeta contra la mujer. Y uno puede verlo. El feminicidio ha aumentado, niñas secuestradas que se desaparecen. O que se la llevó el novio. Nosotras tenemos que empoderarnos del derecho que nos asiste de haber parido. Y eso es complicado, ir al anfiteatro… en este proceso para mí lo más impactante y en lo que trabajo todos los días en decir: ‘Señor, quítame ese ruido, ese sonido del cierre cuando tienes que ir a reconocer a tu hijo, es un sonido que está ahí, cada día. Y el hombre de la funeraria que te pregunta: ‘¿este es su muerto?’ y uno tener que decir que sí. Ir a recoger el muerto, enterrarlo y seguir, porque la vida sigue, la vida no se para. Y tienes que vivir con eso y tomar la disposición en tu corazón de que, o perdonas, o te hundes.

Cuando el siquiatra me dijo: ‘usted tiene que recluirse en una clínica, porque el choque emocional que ha tenido es muy fuerte’, dije: ‘yo no estoy loca, ayúdeme con este dolor, Señor, ayúdeme a sacar esto porque no quiero que mi corazón se llene de odio, porque vivir con amargura, odio y resentimiento es muy complicado, entonces le digo: ‘Señor, aquí estoy’. Y cada día me levanto con la convicción, yo soy una convencida de que nuestro territorio es un territorio de paz.

A Daisy Chocó le mataron a sus dos hijos el mismo año, en el conflicto urbano del oriente de Cali. Y sin embargo ella solo habla de
A Daisy Chocó le mataron a sus dos hijos el mismo año, en el conflicto urbano del oriente de Cali. Y sin embargo ella solo habla de

Yo conocí esta zona cuando era un ‘barrialero’, cuando se enfrentaba el M-19 con la Policía, cuando la gente tenía que esconderse debajo de las camas. Somos nosotras, las mujeres, las que estamos llamadas a cambiar, a dejar esta apatía a dejar de decir: ‘no pues me lo mataron y ya’ y encerrarnos.

Ojalá el Gobierno hiciera un trabajo de salud mental con nosotras las mujeres, porque lo necesitamos. Uno sigue porque tiene que seguir, uno vive porque tiene que vivir, pero sí necesitamos apoyo. Y espacios como estos de ‘Yo no parí para la muerte’ son muy buenos, porque uno puede escuchar las historias e independiente del bando, uno ve que se puede unir.

Sabemos que somos mujeres y que pertenecemos al mismo territorio, vengamos de donde vengamos. Aquí hay de Tumaco, antioqueños, venezolanos, del Cauca, de Bogotá… entonces somos un país, y si nosotros no formamos este país desde mi casa, desde mi comunidad, las cosas no van a cambiar. Pero nosotras construyendo un telar (como parte del ejercicio de integración y terapia) en el que cada una debía aportar un pedazo para luego unirlos, pudimos ver que no tenía ni el mismo tamaño, ni las mismas letras, pero lo pudimos unir.

Cada persona tiene un concepto de paz, una forma. Para uno era echarle escarcha, para otra ponerle color, para otro, escribir. Hacer la paz es duro, porque el lienzo es duro. A veces nos chuzamos con la aguja y dolió, pero para mí fue muy gratificante ver el telar ahí y saber que fuimos nosotras y muchas veces por estar en la desgracia y en la desesperanza, ese talento se nos muere.

Yo vi que pudimos sacar el miedo y pararnos adelante, que es muy duro. Hasta las más tímidas hablaron, las que creían no saber hacer nada. La paz es contagiosa. Para mí ese telar significa demasiado, porque aunque son formas diferentes, pensamientos diferentes, está unido y cuando nos unimos podemos lograr cosas muy grandes.

No esperar a que resuelvan los de arriba, porque los de arriba hacen desde su escritorio, pero no conocen nuestra realidad. Y sobre todo, somos nosotras las mujeres las llamadas a transformar. Y algo que aprendí desde mi experiencia es que las personas que hemos vivido verdaderamente el dolor de la guerra somos las más pacifistas, porque no queremos que el otro viva lo mismo que yo viví. No queremos que se comparta ese dolor, si no compartir esperanza”.

Parió 20 hijos, se le murieron 13, le mataron uno… “las mujeres somos muy resistentes”

“Cuando murió mi esposo, yo estaba muy triste. Muchas veces no quería ir a la casa, ni a nada. Un día me encontré una compañera con la que habíamos estado en la iglesia y me dijo:

‘Ay, Valeria, usted cómo está de acabada. No se entregue así, nosotras la necesitamos para que nos enseñe a hacer la ropita que usted sabe’.

María Valeria Molina relata así cómo fue que después de perder a varios de sus hijos, sufrir el asesinato de uno de ellos y la partida de su esposo, ha aprendido a seguir adelante, sin dejar de sonreír y de creer en la vida.

María Valeria Molina relata así cómo fue que después de perder a varios de sus hijos, sufrir el asesinato de uno de ellos y la partida de su esposo, ha aprendido a seguir adelante, sin dejar de sonreír y de creer en la vida.

”Yo no tuve estudio. Fui criada en el campo. En ese tiempo mataron a Jorge Eliécer Gaitán y ahí fue cuando se agarraron a quemar las casas. Yo vivía por una parte que se llamaba Pampamá. Mi papá tenía una finquita y nosotros vivíamos felices porque allá todo lo cultivaban. Debido a eso, a la muerte de ese señor, empezó la violencia y nos tocó salir de allá. Y empezamos a sufrir. Estuvimos viviendo debajo de un palo de guanábana como por quince días. Mi papá encerró la raíz de ese palo en cauchos y ahí estuvimos. Luego, debido a eso, yo creo que se enfermó. Le dio cáncer de próstata.

Entonces nos fuimos para Buga y una señora le dijo a mi mamá que si me dejaba ir con ella para El Darién a cuidarles los niños. Yo estaba tan pequeña. El niñito se dormía y yo también. También pasaba que se levantaba ese niño a hacer diabluras, a mojarse y me metía en problemas.

Cuando ya fui creciendo, el esposo de la señora empezó a decirme que yo tan bonita, que él me daba lo que yo necesitaba y que me dejara contemplar y yo le fui cogiendo miedo. Me amenazaba con que no le fuera a decir nada a su esposa o a mi mamá, porque sino, me mataba. Cuando tenía como unos 12 años, sentí que alguien se me sentó en la cama. Como en El Darién hace tanto frío, la señora me daba unos pantalones de lana y me hacía poner saco, ella era muy querida. Ese señor se me sentó ahí, entonces yo saqué el pie a ver qué era y me cogió y me tapó la boca; yo del susto prendí la luz y salí corriendo. Ese día me tocó venirme de allá, con una señora que vendía verduras en Buga.

Luego, me casé con mi primer novio. Tuvimos 20 hijos. Duré casada 58 años, hasta que la muerte nos separó.

Al tiempo, conocí a las amigas del grupo Renacer y con ellas vivo muy contenta. Soy muy amigable y quisiera que todas aprendieran lo que yo sé de manualidades. No tuve estudio, pero ‘papá Dios’ me dio la sabiduría de talento y vivo muy contenta de ver que podemos vivir unidas, que entre todos podemos construir algo. Muchos de mis hijos murieron pequeños, porque nosotros nos fuimos para el campo y cuando se enfermaban era muy difícil sacarlos para donde el médico. A algunos les daba gastroenteritis o cosas parecidas. Tuve dos partos de mellizos. Me quedaron siete hijos vivos.

Yo creo que un eclipse me mató a un hijo. Recuerdo que mi mamá me dijo: ‘ve, María, no vas a salir que está haciendo ‘eclis’ de sol. Ya estaba en los días de dar a luz. Era un niño. Y yo salí, miré el sol y estaba como oscureciendo. A las 3:00 p.m. me dieron como escalofríos y reventé fuente y a las seis de la tarde me tuvieron que bajar de allá, porque empecé a sangrar. El niño se me estaba muriendo en el estómago. Nació negrito negrito.

A mí me daba mucho pesar cuando se me morían los hijos, pequeñitos todos. Luego, a uno me lo mataron de 40 años, en Buga. Y a raíz de eso empecé a asistir a una iglesia cristiana. Eso me ha reestablecido mucho. Uno aprende que todos tenemos que morir.

Cuando mataron a mi hijo todas las compañeras oraban por mí. Él se llamaba Hugo Villegas Molina. Dicen que fue porque tuvo problemas con alguien o algo así.

Ya llevamos tiempo estando en el grupo, en los talleres. Después de tantas cosas vividas, había que seguir el camino. Y pues, fíjese, aquí estamos, dando la vida. Porque todas las mujeres somos muy verracas. Muy echadas para adelante. Empezando que somos muy resistentes.

En toda reunión que hay, allí está una mujer, somos paradas en la raya. Y si alguna aquí empieza a pensar en cosas malas, nos unimos y les decimos: ‘cómo así, mija, nada de esos dolores’.

Cuando uno no está haciendo algo, se le atraviesan los pensamientos, se enreda, en cambio usted con la mente ocupada, está en otro cuento. Estoy cumpliendo mis 80 años y bueno, doy muchas gracias a las personas con que nos acompañamos para no caer y para espantar las tristezas”.

*El programa ‘Yo no parí para la muerte’ busca capacitar a las madres, padres, cuidadoras(es) y agentes educativos como gestores de paz, esto es, personas que lideren acciones de paz, desde sus espacios cotidianos, en sus entornos familiares y comunitarios. Hace énfasis en la construcción colectiva, el fortalecimiento de la autonomía y el empoderamiento de sus vidas. El programa que nace como una estrategia de prevención, se convierte en un escenario que facilita la reconciliación, la transformación de heridas emocionales y fomenta la solución de conflictos.

El liderazgo femenino lo encarna Miriam

“En el grupo Renacer Daniel Guillard, Miriam Benavides se destaca por su liderazgo y por ser de esas luchadoras que llegaron al Distrito a escribir su propia historia:

Llegué a Cali cuando tenía 17 años. Vengo de Bogotá. Más que todo, lo que me trajo a esta ciudad se debe a que mi mamá consiguió un segundo esposo que no nos quería, a mí y a mis hermanos. Mi papá la dejó abandonada con 5 hijos.

Nos tocó salir de la casa a mí y a las otras dos mujeres mayores de la casa. Cuando cumplimos nuestros 15 años, los celebramos por allá en un matorral. En ese entonces vivíamos de hospedaje, donde nos recibían, hasta que pagamos una pieza y nos dieron trabajo en una casa de familia. Eso era en el barrio Las Tres Cruces, de Bogotá. Luego se nos volvió como un conflicto poder ir a ver a mi mamá, ella vendía lotería y murió cuando tenía 42 años. A mi padrastro no le gustaba que nosotros fuéramos donde ella, porque decía que nosotras le íbamos a robar. Nosotras seguíamos trabajando en casas de familia y luego una señora donde yo trabajaba me dijo:

¿Ve, Miriam, vos por qué no te vas para Cali?

– Y eso por qué o cómo es…

Pues mirá, es que mi hija necesita alguien que le cuide el bebé que está esperando, entonces mire a ver…

Eso al principio fue muy bueno, ya después se me volvió un conflicto horrible. Esa señora me pegaba, por cualquier cosita que yo hacía. Así me aguanté como seis meses.

Enseguida trabajaba una abuelita. A mí siempre me han perseguido los abuelitos. Entonces me la hice de amiga y ella me dijo un día:

‘Vé, caminá te llevo un día pa’ Siloé, y así conocés’.

A mí no me dejaban salir sola nunca, siempre era con los hijos de la señora donde yo trabajaba. Hasta que un día nos dieron permiso y yo fui con ella y conocí todas esas lomas, y durante ese paseo le conté lo que me estaba pasando.

-‘Y¿por qué te tiene que pegar? Claro, te está pegando porque como no tenés para dónde irte y no tenés a nadie aquí… pero déjame que yo te voy a conseguir un trabajo’.

A los ocho días ella me consiguió para dónde irme. Esa noche, arreglé todo, hice mi maleta y cuando salí a barrer afuera de la casa, miré que ya no estuviera por ahí y ‘las que pegan carrera’. En la iglesia me encontré con la otra señora, que me llevó al otro trabajo en Santa Mónica Popular. Allá pues fue muy bueno porque no eran sino los esposos y el hijo. Pero el problema era que al esposo de la señora le gustaba perseguir a las muchachas.

Una vez, había salido con la señora para la finca y todo, cuando a la medianoche escuché un pito y era él que regresaba a casa. Le abrí el parqueadero y salí corriendo para mi cuarto. Entonces él me empezó a tocar la puerta y a gritar:

-‘Abrime, abrime, Miriam’

En esas casas de allá, los baños y los patios se comunican mucho con las otras casas, por lo menos en ese tiempo. La señora de enseguida me llamó y me dijo:

-‘No le vaya a abrir, que usted ya sabe para qué es que él ha venido a esta hora’.

Me acosté y al otro día me preguntó enojado por qué no le había abierto la puerta. Y me amenazó con decirle a la esposa, entonces yo salí por esos días y me fui para otro trabajo. Y así fue que estuve en varios empleos hasta que en una fiesta me conocí con mi esposo. Con el tiempo nos fuimos a vivir a una pieza en el barrio Saavedra Galindo y ahí ya tuve mis cuatro hijos mayores. Luego apareció un compadre que vive acá en Comuneros II y nos dijo:

-Vé, comadre, en tal barrio están invadiendo.

Yo me quedé pensando, y mi esposo me preguntó qué hacíamos y yo le dije: vamos.

Eso fue un 3 de mayo de 1985. Ahí nos quedamos hasta el 20 de julio, porque ese día hubo un problema cuando llegaron otras personas de la guerrilla, unos de las Farc y unos ‘elenos’ y quemaron un bus y eso se formó un conflicto y metieron tanquetas y llegó el Ejército y todo. Esa era la invasión de Belisario, acá en el Distrito.

Ya teníamos parados los ranchos y no los tumbaron, los quemaron y entonces salimos de ahí. Pero volvimos porque nosotros necesitábamos nuestra vivienda, ya que por esa época vivíamos muy apretados y compartíamos una casa donde vivía un drogadicto. Cuando regresamos a la invasión, ahí estaban los muchachos del M-19 y nos empezaron a ayudar a armar las viviendas. El jefe de ellos que estaba allí se llamaba Édgar y su nombre popular era ‘Iván Darío López’.

Recuerdo que era tanta nuestra necesidad que nosotros teníamos un televisorcito a blanco y negro y una grabadora y eso fue lo que vendimos para conseguir los ocho mil pesos de los lotes. Los pagamos y ya al otro día nos pasamos. Eso fue un 7 de agosto de 1985. Al otro día madrugamos, para hacer los huecos y meter los tarugos; comenzamos a pegar la esterilla, luego el techo y ahí ya nos pasamos un 14 de agosto.

Las puertas de nuestros ranchos eran los armarios y nosotros trabajábamos lavando carros. Por esos días, empezó a llegar toda la gente a la invasión, al principio yo era una persona muy miedosa, pero cuando ya empezamos a trabajar con la comunidad perdí el miedo. Siempre a nosotros nos perseguía el Ejército; llegaban y nos dañaba los colchones, diciendo que éramos guerrilleros, pero no era así.

Empezó el barrio a poblarse y somos muy unidas desde entonces, tengamos los problemas que tengamos, ni siquiera porque se enfrentaron nuestros hijos o nuestros nietos… Hemos trabajando con la Junta y logramos construir la cancha, el parquecito.

Luego fui conserje como cuatro años en el Municipio, hasta cuando me quedé sin trabajo. Eso fue en un mes de julio y al principio la tomé suave, pero llegó diciembre y pues yo sin trabajo estaba muy azarada. Me quedé encerrada en la casa y no quise volver a salir a nada. Entonces me dio parálisis facial. Cuando llegó por la noche mi hija me vio y mi otro hijo y mi nieto y claro, por eso era que se me regaba el desayuno cuando lo tomaba.

Mi hija era auxiliar de una fisioterapeuta y me consiguió una cita con un médico que en verdad me pusiera cuidado. Ahí descubren que tengo diabetes y el médico me dice que era una persona muy obesa, con hipertensión y que tenía que empezar a hacer ejercicio. Usted verá si viene los viernes a reunirse con la gerontóloga y otras señoras. Así fuimos armando el grupo de las abuelas, el cuadro directivo.

Por esa época no teníamos dónde reunirnos y hace como dos años falleció la señora que antes era la encargada del grupo Renacer Daniel Guillard. Ella le había dicho a la hija que le entregara esa casetica a nuestro grupo para que no se perdiera y esa fue nuestra sede y ahora que está la biblioteca, se retomó el trabajo.

Luego ya buscamos que nos vinieran a hacer talleres de distintas cosas que nos sirvieran, pero el que más no ha impactado es este de ‘Yo no parí para la muerte’. Nos ha impactado porque nos ha hecho entender que si yo tengo mis hijos no los tengo para la guerra, sino que los tengo es para que sean mejores. Yo tuve siete hijos.

Este taller nos impactó tanto porque es que a veces uno no entiende el dolor del otro. En mi cuadra hubo un problema con mi hijo y el hijo de otra fundadora de la zona. Fue una situación muy difícil que nos afectó, pero con el tiempo la fuimos superando.

En los hogares tenemos conflictos, las historias nuestras son muy largas, pero igual siempre he criticado a quienes dicen que esas cosas malas que tienen los hijos las aprenden en la casa.

En los hogares tenemos conflictos, las historias nuestras son muy largas, pero igual siempre he criticado a quienes dicen que esas cosas malas que tienen los hijos las aprenden en la casa. Uno no quiere enseñarles cosas malas a los hijos. Uno de mis hijos, por ejemplo, es profesor de Incolballet. A Gloria Castro le gustó lo que hacía una vez que vinieron al barrio, y se lo llevó, junto al más pequeño, que no quiso seguir.

El grande, Ricardo, ganó una beca y se quedó allá. También lo impulsaron para que se hiciera profesor de danza contemporánea, que era lo que le gustaba. Se especializó en la Universidad del Valle. Hay unos hijos que son excelentes y otros que dan dolor de cabeza, pero si uno no pasa por un conflicto no es familia. Todas esas enseñanzas nos quedan siempre para la vida.

La enorme fortaleza de Flor

“A ‘Yo no parí para la muerte’ llegué invitada, las clases muy buenas, muy queridas las personas. Yo que tenía mi corazón tan golpeado… Esto es duro de asimilar. Uno a veces, así sea cristiano, hay cosas que le carcomen. Y yo fui aprendiendo. Un día Katherine (la acompañante del proceso) me dio una clase y saqué todo lo que tenía adentro. Esto me ha servido bastante porque como a mí la vida me ha azotado mucho, no solo con mis hijos, con mi familia. Gracias a Dios he podido sacar muchas cosas que las tenía aquí, atravesadas”.

Desde niña, a Flor Cabezas le ha tocado sortear todo tipo de dificultades. Al no ser hija del matrimonio se crio “a la suerte”, dice ella, en un pueblito del Cauca; no conoció a su mamá, quedó a cargo de un tío junto a su hermana y su hermano; muy joven tuvo que trabajar haciendo oficios en casas; se juntó a los 13 años con el padre de sus cuatro hijos, pero con el tiempo terminó convertida en mujer cabeza de familia. En los 80 llegó buscando una nueva vida, con muchas necesidades, a la invasión Belisario III Etapa.

Luego vino la muerte de uno de sus hijos. Se llamaba Adrián Ceballos: “Él siempre me decía: ‘mamá, yo voy a hacer todo lo posible por recompensarte lo que tú has hecho. Espérate que entré a trabajar y te voy a poner a vivir como una reina’. Lástima que el sueño no le alcanzó ni para graduarse. El diploma se lo pusieron en el ataúd. Lo mataron la noche en que se fueron a celebrar con sus compañeros del Sena, con una fiesta en el barrio 12 de octubre. Terminaba dos carreras: Ventas y Administración de Empresas. Lo mataron

mientras protegía a otro joven. Eso contaron los que vieron lo que pasó. Era un muchacho tan bueno, nunca tuvo ningún problema. Al tiempo me tocó verle la cara a su asesino, en la Fiscalía. Al final se lo llevaron para la cárcel de Villanueva, luego le dieron casa por cárcel y en una salida cayó en una matazón que hubo en el centro”.

Hay cosas en la vida que yo tengo que agradecer mucho. Cuando murió mi hijo yo no tenía un peso porque vivía de lo que lavaba y planchaba y no me quedaba nada. La cuadra me lo enterró. Yo no puse un peso, porque esos vecinos son como mi familia. Fueron como dos buses, llenos de gente, del barrio. Es que llevamos muchos años juntos, acá. En Belisario hice mi ranchito y me vine con mis cuatro hijos. Como en toda parte, unos se adueñaban de la pila de agua y los demás teníamos que hacer muchos esfuerzos para poder recoger agüita.

Allí estábamos 120 familias. Uno vivía sabroso antes, no como ahora que la inseguridad es tremenda. Los lotes valían $103.000, la cuota era de $8000 y pues para uno era una cantidad de plata; no es como ahora que los muchachos juegan con ellos. Como pudimos, pagamos eso. Yo me pasé con cuatro tablas, no tenía ni puerta, yo ponía era una cobijita…

Levanté mis hijos, gracias a Dios, con mucho trabajo, como lo he hecho desde niña. Y aquí estamos, aprendiendo de las otras, contando nuestra vida, luchando por ella”.

Levanté mis hijos, gracias a Dios, con mucho trabajo, como lo he hecho desde niña. Y aquí estamos, aprendiendo de las otras, contando nuestra vida, luchando por ella”.