Ellas sanan las heridas de la guerra, en el alma y en la piel

Capítulo 1

Mujeres invencibles

   Ellas sanan las heridas de la guerra, en el alma y en la piel

Cristina:

“Lograste sobrevivir y estás aquí. Sobreviviste a cien guerrilleros que llegaron a tu casa a comerse todo y a decirte que te largaras. Pudiste morir de un infarto, pero sobreviviste, tu cuerpo fue capaz de salir adelante, de resistir tres días de caminata sin comer. ¿Eso no es fortaleza, acaso?

Tenemos que empezar a transformar a través de la palabra. Si te dicen víctima, la palabra te pone chiquita, pero cuando se habla de sobreviviente, se piensa: ‘fue superior a qué’, ‘fue capaz de salir de’. Es diferente decir: ‘sobreviví a diez hombres que abusaron de mí y aquí estoy’. Sobreviviente es una palabra formativa, la mujer cambia su postura, se empodera”.

Ángela:

“Somos destinatarias del dolor. Las recibimos con esos brazos de protección, porque muchos aspectos de su vida han sido desajustados y es nuestra responsabilidad llevarlas otra vez a esa seguridad. Y estoy aquí como mujer, como profesional, para escucharlas y me doy a eso, al cuidado. Es un paso a paso, y que ese dolor oculto en su corazón pueda ser de cierta forma recibido con respeto y responsabilidad. Sentimos una admiración profunda por ellas. A veces les digo: ‘Pero por Dios, mujer ¡cómo has hecho!’. El componente fundamental es el amor. Encontrarme con la otra persona desde la humanidad. Para mí estar aquí, con ellas, es una opción de vida”.

Cristina Quintero y Ángela Tovar están unidas por algo más fuerte que un lazo de consanguinidad; están unidas por un oficio que las tiene reconstruyendo lo que es tan difícil de reconstruir: el espíritu. Y ese sentimiento de humanidad que aflora en cada una de sus palabras funciona como un engrudo que les permite unir los pedazos resquebrajados en que muchas mujeres quedaron convertidas, después de que su cuerpo fuera violentado con la sevicia de la guerra.

Como cuando se quiebra un espejo y los trozos de vidrio quedan sobre el suelo, afilados y dispersos. Como cuando pasa el tiempo y el espejo sigue ahí, en el suelo, en mil partes, sin reflejo, sin brillo. Y luego alguien trata de juntar las piezas y repararlo, con un cuidado inmenso. Hay señales que no desaparecerán, que se quedan ahí para hacer memoria. Pero el espejo reconstruido habla de una resistencia, que solo es explicable por el milagro de la resiliencia.

Cristina y Ángela fueron a la universidad para aprender a sanar las heridas de la mente. Y con el tiempo terminaron abrigadas bajo el mismo rótulo, que en la posguerra de una Colombia con más de ocho millones de víctimas se conoce como reparación. Ellas son mujeres que reparan mujeres, y su función es atender a quienes fueron víctimas de delitos contra la libertad y la integridad sexual. Su trabajo anónimo no aparece en las noticias, pero sí su rastro en decenas de relatos que dan cuenta de que en Colombia la guerra sí tuvo rostro de mujer:

Unidad Territorial de Víctimas
Ángela Tovar resalta los enormes aprendizajes que al lado de las mujeres adquirió durante años de trabajo y apoyo.

Ángela decidió el rumbo de su carrera cuando cursaba el último año de sicología. Entonces, en el 2003, el país vivía la crudeza del paramilitarismo y la guerrilla, que en muchos casos confinaba a comunidades enteras a vivir aisladas y enmudecidas. A padecer la guerra que en el campo se sintió de manera distinta a la ciudad.

La joven caleña, de 21 años, se enrutó hacia el Magdalena Medio para trabajar allí seis meses de sicología social. Luego estuvo dos años en una vereda de Tumaco, azotada por el conflicto. Siguió el camino a Tierra Alta, Córdoba, pasó por Arauca, por Acacías y se estacionó un buen tiempo en el Cauca, en Jambaló, Toribío, Corinto, el Naya…

“¿Por qué decidí hacerlo? Mis papás me hablaban del servicio, también nos hacíamos cuestionamientos sobre cómo hacer algo y no quedarse en el discurso… Ellos son muy humanos, creo que esa también era la apuesta”.

Cristina es sicóloga de la Universidad de Manizales. Durante cuatro años trabajó en Buenaventura con la Cruz Roja Internacional y con la Cruz Roja Colombiana, atendiendo a las familias afectadas por la desaparición forzada.

Era justo la época en que estallaron los problemas sociales más complejos del Puerto. Y para ella fue una dura escuela que afianzó su compromiso con quienes han padecido el conflicto.

*En el Valle del Cauca, de las 557.583 personas que declararon haber sido víctimas en hechos registrados en el Valle, 288.498 fueron mujeres. 18.964 de ellas fueron amenazadas; 229.773 sufrieron el desplazamiento, 28.591, asesinadas. 144 torturadas, y 1059 sufrieron delitos contra la libertad y la integridad sexual, según el registro de la Red Nacional de Información para la Dirección Territorial de la Unidad de Víctimas Valle.

Cuestión de humanidad

Unidad Territorial de Víctimas
Las jornadas de recuperación de las víctimas de violencia sexual en el conflicto incluyen dinámicas de sensibilización y apoyo.

Perder el dominio de su cuerpo las hizo también perder el valor. Sentirse pequeñitas. Como si lo único sobre lo que se tiene pertenencia absoluta en la vida ya no fuera de ellas. Y con ganas de arrancar las huellas que el abuso dejó marcadas en su piel. Por eso, con el cuerpo empieza esa reparación.

Cristina relata que en esas primeras sesiones se ve mucho dolor, que se ha quedado enclaustrado en el cuerpo. Incluso, somatizan dolores en el útero, en la cabeza, en los senos. Dolores que se combinan con el pensar cómo hacer para no volver a sufrir lo inenarrable:

“Hay una sesión de autorreconocimiento. Cómo percibo mi cuerpo. Ese fue el territorio vulnerado. Ellos me accedieron, entonces cualquiera puede hacer lo que quiera conmigo. Rechazan su cuerpo. No lo quieren porque fue usado como un objeto. Muchas mujeres quedan marcadas. Todos los días se acuerdan de esa situación”.

Ángela define lo que le pasa a estas mujeres como un flash back, porque el cuerpo les recuerda lo que sucedió. Tabiques lastimados, quemaduras, problemas de matriz, recto lastimado, aparato reproductor destrozado:

“La mente evoca lo que ocurrió mientras te estás bañando y sientes la cicatriz. Entonces hacemos esos acompañamientos de escuela del cuerpo con mucho amor. Los acompañamos con instrumentos y tamboras, con recorridos del espacio físico, relajación y una toma consciente del cuerpo. Puede pasar que estemos hablando del espacio inicial, de quiénes somos, de nuestros nombres y de repente, algunas se conectaron y sin preguntar abren su corazón y cuentan su historia. Ya con la voz de la primera se abren las voces de las demás. A través de alguien, también podemos estar hablando nosotras”.

¡No fue tu culpa!

La terapia continúa. Ellas se van reconociendo, abren su corazón, recobran la dignidad, la confianza. Pero hay algo que quizás es más difícil de desaparecer que las mismas cicatrices grabadas en su cuerpo: la culpa.

Para Ángela, el trabajo empieza por ser conscientes de que no fueron culpables, volverlo pensamiento. Y esa resignificación de lo ocurrido lo elabora cada mujer, en su intimidad:

“No fue tu culpa. La culpa fue del agresor. Eso hay que repetirlo: no fue mi culpa ni antes, ni durante, ni después. No fue mi culpa si estaba en el río sola, si le di un vaso de café, si quedé en embarazo y decidí no tenerlo. Sin juicios, todo eso permite la recuperación”.

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Ángela Tovar y Cristina Quintero son sicólogas. Ambas conocieron por años lo ocurrido con el conflicto. Su misión: reparar.

Cristina enfatiza que es un tema que se trabaja con mucho diálogo:

“Muchas piensan: me debí haber ido, no debí pasar por esa carretera. Hablamos de la violencia sexual como una estrategia de guerra, que se usó para levantar la moral de las tropas. Les daban la orden: ‘coja la mujer que le gusta y hágale’. Como un premio. Empezamos a desmitificar el asunto de ‘no debí estar allá’ y a ver que la guerra me puso en ese lugar que no pedí. Cuando hablan se genera una sanación”.

¿Y cómo no afectarse?

La reparación de una mujer que ha sido abusada no se da de la noche a la mañana. No es como repararle el motor a un vehículo. Se necesitan horas, días, meses. Porque el cuerpo humano no funciona con pistones y la mente no es un chasis que se repone y sigue andando. Y después de tantas consultas donde el horror se sienta en el diván y transmuta de mujer a mujer, como si hubiese sido una violación en serie, las huellas van quedando también en quien se sienta a escucharlas.

Le pasó a Cristina, la sicóloga. Ella también sintió la desprotección. El año pasado abordó de noche una guala que la llevaría a su casa en la zona rural y cuando iban en medio de una carretera solitaria se dio cuenta de que era la única mujer que iba en el vehículo, con el conductor y varios hombres más:

“Me entró el pánico y le dije al conductor, ‘pare que me voy a bajar’. Empecé a caminar y me di cuenta de que así me estaba exponiendo más. Entonces, supe que un relato de una señora a la que abusaron diez paramilitares había quedado, entró a mi consciencia sin filtro y esa angustia me llegó. A los días fui con un terapeuta.

Ahora, cuando escucho los relatos, abro las manos, respiro, dejo que ellas hablen, que lloren y pienso que va fluyendo, que soy como un colador y me imagino que va saliendo por las manos, transformado. Intenciono la respiración, pensando que ese relato y las lágrimas son de sanación”.

Hay que encontrar maneras para sanarse. Ángela, por ejemplo, cuenta que últimamente está llorando más:

“Lloro hasta aquí (se queda en silencio y sus ojos lo dicen todo). Ahora me lo permito. En mi intimidad o con mis colegas, lloro. Y creo que ese es un mecanismo que me sirve para manejarlo. Cuando no es a través de la palabra, procuro moverme. La música para mí es esencial. Correr, trotar y salir a bailar salsa, como terapia. Caminar descalza sobre el prado, abrazar árboles.

Tengo una energía fuerte y optimista siempre. Me gusta el contacto físico, me agarro a la persona, doy un abrazo sincero y sin pena.

Hay violencias que son estratégicas y otras, oportunistas y no hay ninguna justificación. No podemos legitimar ciertos chistes machistas. Lo de ‘Patico’, (Pantera, tigre y cocodrilo), el chiste machista, la burla, se debe erradicar”.

En sicología hay algo que llaman enfoque de daños, que trata de explicar ¿qué se hizo con la vivencia de la violencia? Cristina explica que después de la atención, del medicamento siquiátrico, hay un proceso necesario para que el ser humano resignifique esa historia y descubra que ha desarrollado recursos para salir adelante. Y que cuando las ve muy tristes les habla de las dos opciones: o sobrevive, o se enferma y se muere, o se suicida. Hablan de eso. Por qué han sobrevivido. Cómo lo lograron.

Hay una historia que Cristina recordará siempre. Ocurrió cuando acompañó una entrega digna de cadáveres y conoció a una señora que vio cuando los paramilitares cogieron a un grupo de jóvenes, entre ellos su hijo, los llevaron al cementerio a cavar su propia tumba y luego los mataron.

La señora se subió a un palo y vio cuando mataron a su hijo y en qué fosa quedó. Se fue con todo el dolor y después de unos años le pidió a la Fiscalía y pidió que fueran por el cuerpo de su hijo. Pero le dijeron que no se podía, por seguridad. Pasaron los años y ella ingresó a un instituto y estudió criminalística. Tan pronto tuvo su tarjeta profesional se fue a ese cementerio, le mostró al sepulturero una resolución que se inventó y le dijo que iba a exhumar a una persona.

Contó los huesos de su hijo, los reconoció y se los llevó. Se fue a la casa, armó el esqueleto y revisó que no le faltara ningún hueso; lo guardó en una caja y lo llevó a la Fiscalía. ‘Aquí está mi hijo para que me lo entreguen oficialmente’, les dijo. La Fiscalía se demoró tres años con el cuerpo, le hicieron la prueba genética y se lo devolvieron para darle sepultura:

“Esa historia me marcó la vida, el amor de una mamá. Logró aguantar, esperó el proceso, el temor que tenía, maquinó todo. Ella ahora está bien, porque decía que había recuperado a su hijo y ese era su objetivo.

Lo que nos queda es, precisamente, visibilizar esas historias y dignificarnos como sociedad. Nos hicimos daño, mucho daño, pero ¿qué fue lo que hicimos con ese daño? Este conflicto ha sacado lo peor y lo mejor del ser humano, que no tiene límites cuando se propone sobrevivir”.

Cristina cuenta que su familia está orgullosa de ella. Que el año pasado en un encuentro en Bogotá llamaron a sus familiares para que grabaran un video. Y en el suyo, su esposo y su hija le decían que la admiraban:

“A mi esposo hace seis años lo secuestraron en la vía a Dapa, fue un secuestro extorsivo. Cuando lo soltaron, toda la familia que vive afuera nos dijo: ‘vénganse’. ¡Yo por qué me tengo que ir de mi país! ¡No me quiero ir porque este es mi país! Aquí tenemos que saber vivir como sociedad y le apuesto a este país. Este año estando en el barrio Guayaquil, saliendo con mi carro me pusieron una pistola, me robaron la luna del carro. Me fui ‘en pura’ y sentía un quemón como si me hubieran disparado. A pesar de eso pensaba en las víctimas, las abusaron y sobrevivieron. Yo tengo que seguir. Es lo que más me ha enseñado este trabajo. La fortaleza. Me pueden dar un diagnóstico de cáncer y pienso que tengo que ser capaz, porque he aprendido la fortaleza que hay que tener. Eso no me lo hubiera dado ningún trabajo en el mundo”.

Para Ángela, hay muchas tareas que tenemos como sociedad, en el reconocimiento de la mujer, “que en la sociedad patriarcal en que vivimos siempre ha puesto a la mujer en lo privado y al hombre en lo público y así se han construido los roles”.

Después de haberse uno denigrado como mujer, de sentir que tuve que haber hecho esto o lo otro para evitarlo, entendí que me debía amor, que no era culpable. Y vi cosas que antes no veía en mí. Como ser valiente. Ese era un valor que no me conocía. Ella me decía: ‘tú eres una mujer valiente y te tienes que querer. Yo la quiero mucho y tengo tanto que agradecerle…”

Su tesis de maestría se titula ‘Arreglos de género, en la comunidad de El Arenillo, Palmira, donde la población soportó años de violencia y presencia guerrillera y paramilitar. Esos arreglos de género son un concepto del Centro Nacional de Memoria Histórica, donde se explican las relaciones entre los hombres y mujeres. Hay unos arreglos que son patriarcales, totalitarios, donde las decisiones las toma el hombre y son impuestas a través de la violencia. Comunitarios, donde también el hombre toma la decisión. Y los democráticos, donde ambos conversan y toman decisiones en conjunto. A eso es a lo que se debe apuntar, dice.

“Las personas que son contemporáneas tienen su trabajo, su hijo, su matrimonio tradicional, yo no. ¿Y usted qué?, me preguntan. Sin ser activista como tal, pienso que nosotras como mujeres tenemos derecho a la elección. ¿Por qué las lágrimas o sentirte triste es sinónimo de que eres mujer o eres débil? Hay que comprender que eso es humano y hace parte de tu fortaleza. Soy Ángela María, mujer, crítica, perfeccionista, intensa, sonriente, utópica, ‘nubeluz’, lloro y siento tristeza. Hay que tener sensibilidad humana. Si hacemos memoria, que sea con sentido transformador, no solo dolor. Y simultáneamente, reconocer la verraquera de estas mujeres. El conflicto ha permeado todas las esferas de una forma increíble. Hasta que nos acostumbremos algún día a la igualdad”.

La voz de una sobreviviente:

Este es el testimonio de una de esas sobrevivientes que se repusieron a la guerra en el Valle del Cauca y lo que piensa del apoyo de las sicólogas en el proceso de recuperación de una mujer como ella:

“Ángela (la sicóloga) fue la primera persona con quien hablé de mi historia, después de doce años de guardarla en silencio. Ella se convirtió en esa amiga, en la mujer que me escuchó. Tiene una luz grande, de entrada te acoge y no te ve como ‘pobrecita’.

Tuvo mucho tacto, las palabras adecuadas, respetó el momento de silencio. Sabe cómo sacarte de ahí. Hubo mucho dolor y llanto, pero también hubo risa.

Después de haberse uno denigrado como mujer, de sentir que tuve que haber
hecho esto o lo otro para evitarlo, entendí que me debía amor, que no era
culpable. Y vi cosas que antes no veía en mí. Como ser valiente. Ese era un valor
que no me conocía. Ella me decía: ‘tú eres una mujer valiente y te tienes que
querer. Yo la quiero mucho y tengo tanto que agradecerle…”