El Arenillo y la fuerza de un pueblo que renace

Capítulo 5

Repararse, Levantarse, Renacer

El Arenillo y la fuerza de un pueblo que renace

Fotos: Jorge Orozco
Archivo/ El País

La casa de Esteban Güefia Salazar se encuentra a pocos pasos del que fue uno de los mayores centros de tortura del suroccidente colombiano; un sitio conocido como ‘El Chalet de la Muerte’, donde las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, llevaban a sus secuestrados en un carro conocido como ‘la funeraria’ o ‘el último viaje’.

En la vereda El Arenillo, corregimiento de Ayacucho, Palmira, se respira otro aire, después del confinamiento y la violencia.
En la vereda El Arenillo, corregimiento de Ayacucho, Palmira, se respira otro aire, después del confinamiento y la violencia.

Dicen que era casi un milagro que las víctimas salieran de ese lugar con vida.

Pocos saben lo que en esa enorme construcción abandonada, situada en la cima de la vereda El Arenillo, de Palmira, aconteció. Parecía una película de terror, donde se cometían todo tipo de excesos, de violencias y de bacanales sin control. Nadie podía acercarse a la zona, nadie podía abrir la boca, reinaba el silencio y el miedo.

A pesar del tenebroso vecino, Esteban nunca se fue de ahí. En sus 65 años siempre ha habitado la misma vivienda enclavada en lo alto de la Cordillera Central, corredor rumbo al Tolima y a tantos rincones insondables de la montaña. Él es un narrador oral ‘ad honorem’, que se nutre de la sabiduría campesina, testigo de lo ocurrido en esta población de 600 habitantes, confinada por las AUC, entre 1999 y 2004, luego arremetida por el Sexto Frente de las Farc, estigmatizada por el resto de la región y, a pesar de tanto, capaz de levantarse y perdonar al Estado y a quienes de los suyos se convirtieron en sus victimarios.

Hoy, cuando han pasado cinco años de un proceso de reparación, El Arenillo recibe de nuevo el turismo, e incluso, acaricia la idea de que la energía ilumine las noches oscuras de su parte alta. Hoy ven de nuevo renacer la vida. 

Hoy, cuando han pasado 20 años del inicio del horror (cuando arribaron las Autodefensas Campesinas de Córdoba) aún permanecen decenas de suturas en la piel de esta vereda montañosa y bella, que cuando se cubre de neblina parece una postal en la que jamás habría de asomarse la violencia. Hoy, cuando han pasado cinco años de un proceso de reparación, El Arenillo recibe de nuevo el turismo, e incluso, acaricia la idea de que la energía ilumine las noches oscuras de su parte alta. Hoy ven de nuevo renacer la vida. 

Juliana Mejía, especialista en Derechos Humanos, acompañante de ruta del caso El Arenillo, por parte de la Unidad Territorial de Víctimas del Valle, dice que una de las razones por las que una población entera logra repararse de manera colectiva obedece a que, a pesar de todo lo que tuvieron que vivir a causa de la violencia, quienes los afectaron no lograron cambiarles su interior, sus ideales, “esa comunidad no se dejó permear por el dinero rápido o el “venga, le doy”.

El arraigo campesino y sus identidades no se dejaron deslumbrar por los $20.000 o más que se ganaban yendo a cuidar una finca. No los deslumbran las cosas lujosas sino estar tranquilos, producir, hacer sus reuniones y vivir sus costumbres. Nosotros lo que hicimos fue darles el empujoncito por obligación y deber de Estado”. 

No solo pasó eso, hay quienes cuentan que además de ‘la funeraria’, como le llamaban al carro que subía hacia ‘El Chalet de la Muerte’ con las víctimas que luego eran enterradas en fosas, había otra macabra práctica que recordaba la sevicia de este grupo insurgente contra las mujeres trabajadoras sexuales: muchas fueron violadas y otras asesinadas, luego de prestar sus servicios.


En el departamento del Valle del Cauca hay 34 comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes, en procesos similares de reparación colectiva al de El Arenillo. Otros casos avanzados como este son el de La Sonora, Trujillo y La Habana, donde la violencia cambió la vida de toda una población y por ende es toda la población la que debe trabajar unida para recuperar lo perdido.

      

Los antecedentes

Esteban recita de memoria que todo ocurrió en el marco de la Ley 1248, que es la Ley de Reparación Integral para las Víctimas, y que en El Arenillo llevan años trabajando en la reconstrucción del tejido, en los duelos colectivos, en la memoria y en recuperar los valores…

“Nosotros somos varias familias relacionadas entre sí y hay un momento en que la comunidad desaparece por desplazamiento forzado, porque cuando empiezan los combates quienes alcanzaron se fueron y mucho después volvieron a retornar. Son prácticamente cinco años de reparación colectiva. Algunos tenemos reparación individual que esa sí ha sido demasiada lenta. Hay casi diez millones de víctimas en Colombia y no hay plata suficiente”. 

El 3 de julio de 2006, la columna móvil Gabriel Gálviz de las Farc atacó la estación de Policía y asesinó a seis uniformados.
El 3 de julio de 2006, la columna móvil Gabriel Gálviz de las Farc atacó la estación de Policía y asesinó a seis uniformados.

En el caso de Esteban, su reparación responde a que padeció secuestro, desplazamiento forzado, constreñimiento y amenazas de muerte. “A mí me llevaron por allá y estoy es contando el cuento de milagro. Ellos (las Autodefensas) me explicaron después que cuando llegaban a un lugar decían: “vamos rompiendo zona” y ese ha sido un corredor estratégico de movilidad para diversos grupos; porque si hablamos de memoria histórica, en 1961 pasaron unas autodefensas liberales que iban hacia Herrera, Tolima, buscando a un personaje muy famoso que se llamaba Capitán Peligro, Leopoldo García. Yo tenía siete años, los emboscó el Batallón Codazzi y desde esa época empezó la estigmatización de la vereda, a mi papá casi lo matan”.

La segunda vez que hubo irrupción, según relata Esteban, fue en el 85 cuando llegó el M-19, entonces también tomaron como base esa parte alta de El Arenillo. “Allí conocimos a Vera Grave, a Navarro Wolf, a Marcos Chalita, al comandante Boris…. y hubo combates y a nosotros nos señalaban de auxiliadores de la guerrilla”.

Quince años después, vino el confinamiento de las Autodefensas. “Nos usaron como escudos y nos decían: “si se van de aquí tienen que avisarnos”. A lo último ya nos hicimos tan amigos de ellos que llegamos a sufrir el síndrome de Estocolmo. Los muchachos se iban tres o cuatro días de la zona y nos hacían falta. Los soldados nos decían que esta era la única parte de Colombia donde extrañábamos a los actores armados”. 

Mientras el panorama se aclara, sobre qué ocurrirá con los procesos de reparación colectiva de todo el país, en zonas como El Arenillo se respira otro aire. Ahora se ve de nuevo al visitante, los circuitos de ciclistas, los cultivos de tilapia, las fondas para almorzar y ese acento campesino tan cálido, que se funde entre la música montañera. 

Toda la dinámica de la plácida vida campesina desapareció. La psicóloga Juliana Soto, de la Unidad de Víctimas, explica que la ocupación de tantos años les cambió las rutinas, el mercado, las labores de la casa… “Todo se transformó, llegaron los toques de queda, les decían cómo hacerse los cortes de pelo, cómo vestirse, qué música escuchar. Todas las costumbres que a veces uno ve simples, se afectaron. Hubo que hacer una rehabilitación para recuperar las prácticas que se perdieron y la confianza, porque ellos señalaban a personas para desintegrar a la comunidad, a los profesores y profesoras, a los líderes, a las madres cabeza de familia”.

No solo pasó eso. Hay quienes cuentan que además de ‘la funeraria’, como le llamaban al carro que subía hacia ‘El Chalet de la Muerte’ con las víctimas que luego eran enterradas en fosas, había otra macabra práctica que recordaba la sevicia de este grupo insurgente contra las mujeres trabajadoras sexuales: muchas fueron violadas y otras asesinadas, luego de prestar sus servicios.

Cuentan que, incluso, llegaban a un punto del pueblo donde las recibía una señora, les cambiaba sus tacones por chanclas plásticas para que pudieran subir a las montañas y les pedía que dejaran ahí sus carteras. Con el tiempo, la señora se vio con tantos zapatos acumulados que empezó a concluir que el 90 % de las mujeres que subían no volvían a bajar y de muchas de ellas, de sus cuerpos, jamás se supo nada. 

“Esta fue una comunidad que sufrió el abuso de la mujer y también el síndrome de Estocolmo. No podían salir con nadie, decían, “me enamoré de alias Barranquilla, tuve los hijos a los 14 años y no podía mirar a nadie más”, relatan Juliana Mejía y Juliana Soto, las psicólogas de la Unidad Territorial de Víctimas.

‘El Chalet de la Muerte’

Esta casa abandonada en la cima de la vereda es la que los paramilitares convirtieron en ‘El Chalet de la Muerte’.
Esta casa abandonada en la cima de la vereda es la que los paramilitares convirtieron en ‘El Chalet de la Muerte’.

Dicen los más veteranos que en los buenos tiempos, en esa majestuosa construcción, enclavada en lo más alto de El Arenillo, vieron la final del Mundial de Francia de 1998, en la que los galos vencieron 3-0 a la escuadra brasilera. Dicen, también, que había lámparas bacará, que el lujo habitaba sus dos plantas y sus múltiples habitaciones. La casa de recreo pertenecía a una familia que la dejó abandonada, fruto de la violencia, y se fueron a vivir a Nueva York. Un año después, todo cambió en ese lugar, con la llegada de las Autodefensas Unidas de Colombia y el Bloque Calima, al mando de H-H. La casa fue desocupada, desmantelada y convertida en un fortín de los más escabrosos delitos, cometidos por sus cabecillas. Allí llevaban a sus víctimas. Allí llevaban también a las mujeres y a algunas trabajadoras sexuales. Consumían licor, hacían fiestas legendarias de días, llevaban a funcionarios a hacerles juicios e imponían su imperio del terror a costa de lo que fuese.

Por todo lo que allí ocurrió, al sitio se le conoció como ‘El Chalet de la Muerte’ y hay quienes le endilgan hasta historias paranormales. “Mi hijo tiene una foto tomada a las 11:00 de la noche, en el Chalet y aparecía una mano sobresaliente y una motosierra con unos dientesotes”, cuenta un habitante de la zona.

Ingresar en ese lugar es una experiencia tan fuerte, que muchos se abstienen de hacerlo. Sus paredes están marcadas con letreros del Bloque Calima, de sus comandantes, de historias de amor y de traición. También hay dibujos diabólicos, sentencias de muerte y buhardillas internas donde se cuenta que cometían las torturas o juzgaban a quienes, de los suyos, se ‘torcían’.

En diciembre de 2017 hicieron una ceremonia con víctimas, sobrevivientes y reintegrados en ese lugar, al que rebautizaron como ‘El Chalet de la Vida’. Pero de eso solo queda un letrero escrito en el piso de su parte externa, mientras que su interior sigue igual de aterrador que en la primera década de este siglo.

Días mejores

Don Humberto Prieto es uno de esos líderes naturales que la comunidad ungió de tiempo atrás y quien ha estado presente en todo el proceso de reparación de El Arenillo.

“Aquí la comunidad sufrió todos los vejámenes. Pero tuvo la ventaja que nunca se desintegró… Después del 18 de diciembre de 2004, que es cuando se desmovilizan las AUC, aparece con fuerza en la zona el Sexto Frente de las Farc, y el 4 julio de 2005, perpetran una masacre en la que asesinan a seis policías.

Cuentan que en los salones de esta construcción, los paramilitares cometían sus peores torturas.
Cuentan que en los salones de esta construcción, los paramilitares cometían sus peores torturas.

Pasaron muchos años para que el Estado volviera los ojos a esta población, a la que por años ignoró. “Empezaron a llegar las entidades del Estado, llegó también Vallenpaz. En esa época todo se acabó, perdimos muchas cosas. Los jefes de las AUC eran costeños y se llevaban todo lo que encontraban y luego, lo de las Farc, fue otro duro golpe”, dice don Humberto.

“Lo primero fue recobrar la tierra, pensar que era posible volverla fértil de nuevo, para la vida y para la gente. Ahí vinieron a apoyar con proyectos de banano y cerdo, entre otros, desde Palmira. Ya con la Unidad de Víctimas se presenta la reparación colectiva. Ya se está cerrando porque la mayor parte de los ítem se han cumplido. La comunidad ha tenido ganas de volver a empezar, con capacitación del Sena para manejar lo que nos ha llegado: un proyecto de MinTrabajo de plantas deshidratadoras y de plantas aromáticas, porque la comunidad es productora. Dijeron que nos van ayudar, también, con un proceso de manejo de aguas residuales para uso humano y en la parte alta, buscando paneles solares”, agrega el líder comunitario.

La Gobernación del Valle el Cauca tendría un proyecto para energía en la parte alta. Sin embargo, Esteban Güefia dice que no se ven mucho los avances para que haya luz y que eso le duele, porque, según relata, “cuando estaban las Autodefensas les suministraban energía para sus laboratorios, ahora nos están exigiendo firmas para ver si hay electrificación. Hay unas propuestas de paneles solares, para tener una forma de energía. Los días acá son muy nublados y las baterías no cargan. Con los acueductos también hemos trabajado, estamos gestionando un proyecto con la Universidad Nacional para un acueductico veredal para 12 familias que vivimos en la parte alta”, dice.

La otra historia es la que se cuenta desde adentro, de cómo se levanta una comunidad después de sufrir la guerra. De cómo vuelve a trabajar con quienes se involucraron con sus verdugos, a la fuerza o por voluntad propia. En El Arenillo son cuatro personas las que han hecho todo el proceso de reintegración, pagaron un servicio social y volvieron a ser recibidas por la comunidad. En todo el corregimiento de Ayacucho, del que hace parte la vereda El Arenillo, son ocho los reincorporados y se calcula que son más de 20 las hijas e hijos que nacieron fruto de relaciones entre miembros de las AUC y las mujeres del pueblo. 

“La reparación se ve en las distintas medidas que tiene la ley, que ocurren en muchas esferas y hay que dar la pelea durante muchos años para obtener las medidas de satisfacción. Las comunidades piden lo tangible, pero tú no ves esa mirada allá, ellos están más empoderados, mirando con más proyección”, dice la psicóloga Juliana Soto.

Mientras el panorama se aclara, sobre qué ocurrirá con los procesos de reparación colectiva de todo el país, en zonas como El Arenillo se respira otro aire. Ahora se ve de nuevo al visitante, los circuitos de ciclistas, los cultivos de tilapia, las fondas para almorzar y ese acento campesino tan cálido, que se funde entre la música montañera. 

Juliana Mejía, la otra psicóloga que ha acompañado el proceso, afirma que quizás les falta mucho, “pero a sus habitantes los hace diferentes el hecho de haber dado un cambio en su mentalidad para encontrar la reconciliación; son diferentes porque han podido compartir espacio con victimarios, que algunos ya hacen parte de la comunidad y eso es bonito, porque en otras comunidades no han podido sanar ni aceptar que ha pasado”. 

No hay duda, El Arenillo, que tantas páginas escribió en la memoria del conflicto, hoy reescribe su historia en ese país anónimo, decidido a levantarse de la guerra.