Retratos de un secuestro

Capítulo 3

Artistas de acero

Retratos de un secuestro

. La foto y el cuadro que condensan el momento cuando de nuevo la familia Otoya Vernaza pudo estar completa. Juan Daniel, el más pequeño.
La foto y el cuadro que condensan el momento cuando de nuevo la familia Otoya Vernaza pudo estar completa. Juan Daniel, el más pequeño.

El gris del rostro de un niño, que apenas se asoma en la pintura, tiene un nombre: impotencia. A su lado derecho aparece un hombre vestido de camuflado con un fusil también gris. A su lado izquierdo, tres mujeres, una de ellas de perfil y dos más mirando hacia el frente, sostenidas a una baranda gris. Y junto a ellas, otro hombre de espaldas, mostrando en el primer plano un arma gris.

La escena que retrata esa pintura es real. Ocurrió el 30 de mayo de 1999. Quienes allí aparecen son algunos de los secuestrados en la iglesia La María, el plagio masivo más grande del que tenga memoria este país, en el que 194 feligreses fueron sacados a la fuerza de ese templo, ubicado en el sur de Cali, y transportados en dos camiones, rumbo a las montañas de Jamundí, por el frente José María Becerra, del Ejército de Liberación Nacional, ELN.

Ese día, Cali le vio el rostro a la guerra y entendió cuán cruel puede ser. El país entero se estremeció. Y el mundo, atónito, registraba lo que había pasado en una iglesia de una ciudad de Colombia, paradójicamente, justo en el momento en que el sacerdote Jorge Humberto Cadavid invitaba a los feligreses a darse el saludo de paz.

El niño de rostro gris que aparece en la pintura es el protagonista de esta historia. Su nombre es Juan Daniel Otoya, quien en ese entonces tenía 11 años y había ido ese domingo a la misa de 10:00 a.m., junto a sus padres, Isabella Vernaza y Alfredo Otoya, y a su hermano Thomas.

La imagen que retrata su impotencia y la de quienes iban junto a él, custodiados por dos guerrilleros en el ‘volco’ de un camión, fue inspirada en una fotografía plasmada en las primeras páginas de los periódicos de Colombia el 31 de mayo de 1999, bajo el titular ‘Demencia terrorista’. Y la misma es una de las cuatro pinturas de su tesis de grado de Artes Visuales de la Universidad Javeriana, titulada ‘Memoria, violencia y pintura: la experiencia en el secuestro de la iglesia La María’.

Ese día, Cali le vio el rostro a la guerra y entendió cuán cruel puede ser. El país entero se estremeció. Y el mundo, atónito, registraba lo que había pasado en una iglesia de una ciudad de Colombia, paradójicamente, justo en el momento en que el sacerdote Jorge Humberto Cadavid invitaba a los feligreses a darse el saludo de paz.

¿Para qué sirve recordar un hecho que produjo tanto dolor? Juan Daniel lo resume en una frase: “Para reconstruir parte de nuestra historia; para tener memoria, para que sepamos lo que ocurrió y para que no vuelva a ocurrir nunca más”.

Además de las pinturas que recrean momentos cruciales del secuestro, su obra incluye un archivo de prensa expuesto en una vitrina transparente, donde guarda los recortes de los periódicos El País, El Tiempo y Occidente, alusivos al plagio.

Esta pintura corresponde a una prueba de supervivencia, en la que aparece su mamá (Isabella Vernaza) de pie, a la derecha.
Esta pintura corresponde a una prueba de supervivencia, en la que aparece su mamá (Isabella Vernaza) de pie, a la derecha.

Y en una vitrina más aparecen los objetos que hicieron parte del cautiverio: el manual del secuestrado que escribió Isabella, su mamá; la ‘cartera’ del secuestrado, una pequeña bolsa tipo costal; las medias de lana que su mamá tejió en las montañas; el collar en madera que su papá (quien más permaneció secuestrado) le hizo a su mamá y las piedras talladas con figuras de animales, de ángeles y con los nombres de algunos miembros de la familia.

La técnica utilizada para las pinturas es acrílico en lienzo y el método es figurativo, a partir de fotografías publicadas en prensa.

Sobre quiénes influencian su trabajo, Juan Daniel cita a Juan Manuel Echavarría, “que de hecho ya hizo una obra hablando de este secuestro, sobre el grupo al que perteneció mi mamá; Beatriz González, a quien tengo como referente por la manera en que hace su obra, tomando imágenes del periódico, Doris Salcedo y Angélica Castro, una artista muy joven de Cali, quien habla de violencia y usa el archivo como el medio de conseguir sus imágenes. Al ver la obra me di cuenta de un método que puedo usar, que es el gran formato: pasar de una imagen pequeña a una pintura”.

Recordar no fue fácil. Cuando empezó a revisar los archivos de prensa, Juan Daniel se dio cuenta de que los traumas que guardaba de pequeño aún estaban ahí. Que había mucho del niño del gesto atónito y rostro gris en su memoria. Que pese a que hayan pasado 20 años, el tema aún duele.

Viaje a la memoria

Recordar no fue fácil. Cuando empezó a revisar los archivos de prensa, Juan Daniel se dio cuenta de que los traumas que guardaba de pequeño aún estaban ahí. Que había mucho del niño del gesto atónito y rostro gris en su memoria. Que pese a que hayan pasado 20 años, el tema aún duele. Que antes de pintar tenía un sentimiento de impotencia y que después de hacerlo descubrió que por medio de la pintura podía sacar lo que tenía dentro, reflexionar y ver el problema del secuestro desde otro punto de vista, de cómo se expresa la violencia.

El cuadro del camión lo lleva al primer momento del secuestro. “Ese día dicen que nos rescató el Ejército, pero realmente ellos, el ELN, deciden dejar a un grupo de 70 personas entre ancianos y niños. Yo era muy inquieto. Ese día llevaba una pistolita de agua a la iglesia, estaba molestando a la gente echándole agua y en el camión me dio un sentimiento de culpa y pensé que todo eso estaba pasando por ser un niño cansón”.

Otro momento que vuelve a su memoria ocurre cuando los hombres, que parecían soldados, entran a la capilla de guadua, que entonces era la iglesia, y le dicen a la gente que salga, que hay una bomba y que deben subir a los camiones para salvarlos, pero algunos intentan subir a sus carros y los guerrilleros empiezan a hacer tiros al aire y entonces dicen que se trata de un secuestro.

“En ese momento matan a un escolta. A mí como niño esa es una escena que me golpeó muchísimo. Lo vi en el piso muerto. Ahí se me acabó la niñez. Entendí que a uno lo pueden matar de un momento a otro y todo termina”.

Luego, relata Juan Daniel, vienen los gritos de una señora que repite “Dios está aquí”, incluso, subida en el camión. Allí estaba él -como en la foto, como en la pintura- perdido en medio de todo. Allí recuerda ver gente que se come los cheques, que parte las tarjetas de crédito y a un señor que se pellizcaba con la ilusión de que todo fuera un mal sueño.

Al llegar a algún caserío, tras 40 minutos de camino, se despide de su papá  y de su hermano Thomas, a quien se llevaron a pesar de insistir que tenía 13 años, pues el guerrillero que lo tomó del brazo le respondió “y qué, yo tengo 14 años”.

“En ese momento matan a un escolta. A mí como niño esa es una escena que me golpeó muchísimo. Lo vi en el piso muerto. Ahí se me acabó la niñez. Entendí que a uno lo pueden matar de un momento a otro y todo termina”.

Después tuvo que desprenderse de su mamá, a quien la comodidad de sus zapatos la condenó a irse al cautiverio, mientras que a las señoras que iban entaconadas las dejaron devolverse. Isabella le entregó las llaves del carro a Juan Daniel y se despidió.

El abrazo, la prueba y el reencuentro

En la primera pintura que hizo, Juan Daniel aparece junto a sus tíos Julián y Lucía Otoya, en el Batallón Pichincha. El niño se funde en un abrazo con su tío y la prensa registra ese momento en una fotografía. 

En el batallón se encuentra con Adriana Santacruz, entonces periodista del Noticiero 90 Minutos, quien lo reconoce (su mamá era la gerente) y le pregunta qué ha pasado, por qué está ahí. El niño le cuenta y ella lo ayuda a buscar a sus tíos.

No más’, haciendo alusión a las marchas contra el secuestro, es el nombre de este cuadro de Juan Daniel Otoya
No más’, haciendo alusión a las marchas contra el secuestro, es el nombre de este cuadro de Juan Daniel Otoya

“Cuando me vio mi tío Julián, me dio un abrazo grande. Es un momento que está en mí. Reproducir esa foto en una pintura es enaltecer ese encuentro con la familia y lo importante que fue. Es el cuadro que más tiempo me tardó hacer. Todavía lo veo y siento impotencia. Me embarga un sentimiento de injusticia y de rabia. ¿Cómo es posible que alguien vea aceptable un acto tan barbárico como el secuestro?”.

La alegría duró poco. Los meses siguientes tendría que aguardar por el resto de su familia, junto a su hermana María Antonia, que se salvó del secuestro porque ese día no fue a la iglesia. Esperar fue durísimo.

En el colegio se ponía a llorar y eso le daba mucha pena. Pensaba en sus padres cuando llovía, si se mojaban, dónde estarían. Y empezó a espantar su tristeza a través del dibujo. Los hacía sentado en la zona de distensión, una central de operación que hicieron los familiares de La María para informar lo que iba pasando, los regresos, lo que decía el gobierno, las marchas y el ‘No más’.

La primera prueba de supervivencia que llegó lo golpeó mucho. Era una fotocopia de la foto original. Allí aparecía su mamá -con la indignación reflejada en su mirada y en el gesto de sus labios- junto a Clemencia Bermúdez, María Mercedes Ramírez, Luis Adolfo Iragorri, Silvia Quintero, Pilar Jaramillo y un guerrillero vigilando. Esa foto inspira otra de sus pinturas, donde de nuevo la impotencia se refleja en gris.

“En el archivo de prensa de La María hay un comunicado del ELN con exigencias para llegar a un diálogo que uno lee ahora y siguen en lo mismo. Parece que no hubieran pasado los años. El secuestro sigue siendo su método.

Fue muy difícil sentir a mi mamá lejos y ver su gesto en esa prueba me dolió. Recuerdo que mis primeros dibujos eran de súper héroes. Mucho tiempo después, en terapia con una psicóloga, yo le contaba lo que dibujaba y ella me decía que los niños necesariamente no decían lo que sentían sino que lo expresaban de alguna otra manera. Eso era lo que yo quería, rescatar a mi mamá”.

Isabella regresó a casa en noviembre de 1999 y Alfredo, su papá, en diciembre. El reencuentro de toda la familia fue captado por Oswaldo Páez, hoy editor de fotografía de El País. Allí, el niño del rostro gris en el camión, que se autoregistra tímidamente en las primeras pinturas, aparece pequeñito, de espaldas, en la foto convertida en pintura. A su lado, Isabella sonríe y un sollozo se lee en su rostro.

Los archivos de prensa, su insumo. Atrás, el cuadro inspirado en el reencuentro con su tío, en la Tercera Brigada, y el camión en donde el ELN se llevó a los secuestrados.
Los archivos de prensa, su insumo. Atrás, el cuadro inspirado en el reencuentro con su tío, en la Tercera Brigada, y el camión en donde el ELN se llevó a los secuestrados.

Alfredo, con la delgadez traída del monte, sonríe con más intensidad. Thomas atraviesa el brazo en el pecho de su padre y su mirada baja dibuja la emoción y el llanto. Y María Antonia, la más fuerte, completa la escena, abrazando a Thomas.

“Ahí está el abrazo de toda la familia. Arranqué pintando un abrazo (el del tío en el Pichincha) y quise finalizar así. Es el alivio, se acabó el sufrimiento. Siento que con este proyecto encontré una metodología de trabajo. Pude hacer pintura, montaje, muchas cosas partiendo del archivo. No solo es algo personal. Hay mucho por reconstruir en la memoria del conflicto”.

Con el tiempo y con la ilusión de que su trabajo hará parte del Centro Nacional de Memoria Histórica y de que sea exhibido en la Casa de la Memoria de Cali, Juan Daniel completó su obra sobre La María. Ahora se llama ‘Pintar para no olvidar’ e hizo parte de la conmemoración de los 20 años del secuestro en la iglesia La María, el 30 de mayo de 1999.

“La pintura te lleva a un estado contemplativo, de reflexión. En el caso del secuestro de los diputados, por ejemplo, no hay mucho que hable de lo que pasó, aunque fue supremamente trágico y las familias han de tener mucho que expresar, como tantas otras víctimas de este país. Por eso mi idea es seguir por este camino que ya inicié con mi propia historia”.

Hoy, nuevos cuadros hacen parte de este relato visual. Uno corresponde a las marchas que entonces se dieron en el país, siendo la más significativa la del 7 de junio de 1999, bajo el lema del ‘No más’, un repudio al secuestro masivo de civiles.

Hay otro cuadro que revive el momento en que se dio la liberación ‘humanitaria’ de 33 secuestrados, el 16 de junio de ese mismo año, titulado ‘Inhumanidad’, y uno más en homenaje a monseñor Isaías Duarte Cancino, ‘El obispo de la paz’ quien fue el gran pastor de las familias de los secuestrados, y fue asesinado el 16 de marzo de 2002, al concluir una celebración de varios matrimonios, en la iglesia El Buen Pastor del barrio Ricardo Balcázar.

Juan Daniel quiere continuar por esta senda, convertirse en el pintor del conflicto. Seguir sus trazos para aportar a la memoria. Crear conciencia. “Porque la pintura te lleva a un estado contemplativo, de reflexión. En el caso del secuestro de los diputados, por ejemplo, no hay mucho que hable de lo que pasó, aunque fue supremamente trágico y las familias han de tener mucho que expresar, como tantas otras víctimas de este país. Por eso mi idea es seguir por este camino que ya inicié con mi propia historia”.