Por las calles de Cali
Por: Olga Lucía Criollo, editora de poder
Cerca de centenares de excombatientes se mueven en medio de los casi dos millones de personas que día a día transitan por las calles de Cali. William, de 42 años y quien vive en el barrio Siloé, es uno de ellos. Su aspecto calmado y su hablar pausado no revelan que perteneció a la guerrilla del M19 y que en lugar de desmovilizarse terminó como miembro de la columna Gabriel Galvis de las Farc.
Lo que su familia, sus amigos y la sociedad ve hoy es a un hombre para el que la pintura parece haberse convertido en su salvación. De esa labor y de su desempeño como electricista devenga lo necesario para subsistir, más allá de los $745.000 que cada mes recibe del Gobierno, gracias a que pudo adecuar un taller de pintura en el barrio Lleras, desde donde se ha extendido su fama en el oficio. De hecho, El País lo encontró trabajando en la remodelación de un restaurante del barrio San Fernando, al que llega en su carro Hiunday y armado solo del cuchillo que necesita para pelar los cables de la electricidad.
Cuenta que uno de sus proyectos es comprar una casa en un barrio más residencial, tal vez Alameda o Champañat, no tanto porque esté aburrido de Siloé sino porque asegura que su identidad de excombatiente no ha pasado desapercibida para todos, como él quisiera.
Cuenta que han sido varios los seguimientos de los que ha sido objeto. “Un día, cuando tenía la moto, vi que me estaban siguiendo en un carro, así que me hice el bobo, di la vuelta y les salí adelante. ‘No me sigan’, les dije a las tres personas que venían en el carro; me miraron y se fueron”.
Por eso dice que cree poco en las medidas de seguridad que el Gobierno anuncia para evitar la muerte de más excombatientes. Su mejor defensa son las oraciones de su hija, quien lo invitó a asistir a la Iglesia Pentecostal. “Sé que Dios me lo cuida”, le repite casi a diario.
Pero por si acaso, tal vez el futuro de William se siga escribiendo en inglés. Su otro hijo, residente en México, quiere que se vaya vivir con él a Estados Unidos. Y aunque sería, dice, lo más contrario al que sigue siendo su pensamiento en términos de sistemas políticoeconómicos, no lo descarta.
Asegura, sin embargo, que primero tiene que cumplir su cita ante la JEP, porque reconoce que haberse acogido a la Ley de Amnistía fue la que le permitió salir de la cárcel de Vistahermosa, adonde fue recluido tras ser sorprendido cumpliendo tareas de miliciano para la exguerrilla.
Y también en Cali transcurre la vida de Horacio, quien tras pasar más de cuatro décadas como miembro de las Farc, hoy, a sus 61 años, es un estudiante más de Univalle.
Después de haberse agrupado en Planadas, Tolima, para hacer la dejación de armas, este antioqueño prefirió emigrar para el Valle del Cauca “porque aquí tenía más posibilidades de acceso a la educación tanto para mi como para mi hijo”, cuenta mientras lee sobre ‘Gobernanza & Posconflicto’ tanto para su vida como para uno de sus cursos de sociología.
Él, que para la época de los fallidos diálogos en El Caguán, fue nombrado como jefe de Sistematización sin haber encendido un computador en su vida, ahora es el responsable de la reincorporación en el Valle del Cauca. Y desde ese cargo reclama que haya una política realmente estructurada en esa materia, que aminore la incertidumbre y la inseguridad que afecta tanto en el nivel físico como en el jurídico a los 368 reincorporados que intentan que la vida les dé una nueva oportunidad en este departamento.