De victimarios a defensores de la vida
La sanación de Ofelia, la exenfermera de ‘los paras’
“¿Que si tuve miedo por mi vida? ¡Claro que sí, muchísimas veces! Entrar a colaborar a una organización así le da miedo a uno, porque entré presionada, porque era mi vida la que corría peligro y si no colaboraba, pues me tenía que ir de la zona y en ese entonces tenía a mis niños muy pequeños. Sentía mucho miedo de que me hicieran algo y de que mis niños quedaran desprotegidos. Me tocó tomar una decisión dura, pero era mejor colaborar, para no perder la vida”.

Durante dos años, Ofelia suturó, cosió y levantó del piso alrededor de 400 paramilitares, en la vereda El Arenillo, corregimiento de Ayacucho, en Palmira, una vereda donde se sufrió la presencia de las Autodefensas Unidas de Colombia, que la tomaron como centro de operaciones, a finales de los años 90 y se ubicaron por un largo tiempo en lo que se conoció como ‘El chalet de la muerte’. El Arenillo fue la joya de la corona para los grupos alzados en armas, donde el Bloque Calima, de las AUC, y el Sexto Frente de las Farc libraron una cruenta disputa por ese privilegiado paso hacia el Tolima y por la mirada estratégica que allí hay del Valle.
“Ya estando dentro de la organización también sentí miedo muchas veces, viendo tantas injusticias, porque uno sabía que estaba de la mano de Dios y nada más; porque no había a qué apegarse. Los seres humanos cometen muchos errores y era una incertidumbre pensar que en cualquier momento pudieran tomar la decisión de deshacerse de uno”.
Fui beneficiaria del proyecto, que en su época sacó el gobierno para víctimas y victimarios en Buga. Tengo mi pequeño predio allá, junto con 120 familias, un proyecto en el cual entramos 50 desmovilizados: 25 del Bloque Calima y 25 del Bloque Libertadores del Chocó.
Más allá de esa dura experiencia, Ofelia es uno de los casos exitosos de desmovilización y reintegración a la vida civil y su testimonio, el que comparte sin reservas para hacer parte de la memoria de los hechos ocurridos en el Valle del Cauca, relata lo que a muchos ocurrió cuando a sus poblaciones arribó el conflicto sin preguntar, sin tocar la puerta. Esta es su historia:
“Siempre viví en esta zona, crecí acá. En el año de 1999 yo era la representante de Asoca, la Asociación Campesina, y por esa época había trabajado en una fundación como enfermera, porque estudié para ello, pero no para terminar haciéndolo así. Ese fue el año en que llegaron los paramilitares a la zona y como siempre llegaban buscando a los líderes… En el 2002 me vinculo con ellos (las Autodefensas), porque tenían unos heridos y fueron a mi casa para que les colaborara y prácticamente, lo digo en estos momentos que ya ha pasado tanto tiempo, que yo también fui víctima de ellos, porque prácticamente me tocó, no pude elegir.
Yo era madre cabeza de familia, tenía a mis tres niños pequeños, vivía con mi padre que era un anciano y me tocaba hacerlo a la fuerza. A partir de ese momento yo me convertí en su enfermera, no porque haya querido, sino porque la orden era que si no les colaboraba me tenía que ir de la zona y pues yo estaba desempleada, con mis niños pequeños y separada…
Mi trabajo, por los años que estuve con ellos, fue acá, en la zona, no tuve que desplazarme, me quedé en mi comunidad. Ellos me llevaban a mi casa los heridos y los enfermos.
De esa etapa recuerdo, sobre todo, cuando hubo los combates y me traían mucha gente con leishmaniasis, gente del Chocó y de otras partes. También llegaban con problemas que les producía su ritmo de vida, por ejemplo, no comer a horas, gastritis, cosas que en el monte no podían atender. Llegué a tratar a más de 400 personas con leishmaniasis y llevarlas a un centro especializado en Cali, para luego traerlas al campo y enseñarles a tratar su enfermedad.

Trabajé dos años con ellos. No devengaba salario porque no era de la nómina, me daban bonificaciones. Nunca quise pertenecer a su nómina porque cuando uno hacía eso, perdía su libertad y yo no podía perderla, porque quería volver, algún día, a mi comunidad, a mi familia.
Nunca tuve que atender a alguno que falleciera luego, gracias a Dios. Me di cuenta ya después, cuando pasó la desmovilización, que a muchos los habían matado, que algunos estaban muertos porque se metieron a otras bandas y que otros se hicieron soldados profesionales. Pero en mis manos nunca murió nadie.
En muchas ocasiones tuve el pensamiento de irme, de escapar, pero el temor era grande porque no podía quedar uno por ahí como rueda suelta, porque no sabía qué podía suceder. Era una situación muy delicada que te ponía en un riesgo difícil de soportar y del cual no se sabía qué pasaría.
La desmovilización
En el año 2004, cuando ya entra el proceso de desmovilización, me convierto para ellos en la mano derecha, porque soy la mediadora entre el grupo y el gobierno, para la desmovilización del Bloque Calima y pues como pasaron tantas cosas acá, los laboratorios, la base de su trabajo, la manera en que permearon la comunidad… todo.
Yo era una persona que tenía mucho conocimiento de las cosas, entonces me sugirieron que me fuera del país, por mi seguridad. Pero mi padre era un anciano que cuidaba una finca y no quiso irse. Entonces, por pesar de dejarlo, me quedé aquí con mis niños, asumiendo los riesgos. De esta manera acepté la desmovilización y la inicié, porque no me podía quedar como una rueda suelta, sino, de seguro, no estuviera aquí contando el cuento.
La desmovilización sí la aproveché. Terminé de estudiar, me capacité con el Sena, con la Universidad Católica, hice un diplomado de trabajo social y ya en este momento llevo varios años en el trabajo de comunidad. También realicé mi diplomado de la Policía y seguí mi labor con la gente, siempre.
Pasados dos años también sentí mucho temor porque cuando hablan de desmovilización el temor es muy grande. Yo decía, “si me voy, no me pasa nada; si me quedo, me toca afrontar muchas responsabilidades” y frente a eso, la vida de uno estaba por encima de todo.
En todo momento sentí temor. No puede estar uno tranquilo, frente a esas circunstancias.
La desmovilización sí la aproveché. Terminé de estudiar, me capacité con el Sena, con la Universidad Católica, hice un diplomado de trabajo social y ya en este momento llevo varios años en el trabajo de comunidad. También realicé mi diplomado de la Policía y seguí mi labor con la gente, siempre.
Fui beneficiaria del proyecto, que en su época sacó el gobierno para víctimas y victimarios en Buga. Tengo mi pequeño predio allá, junto con 120 familias, un proyecto en el cual entramos 50 desmovilizados: 25 del Bloque Calima y 25 del Bloque Libertadores del Chocó.
Sé que a muchos compañeros los mataron porque siguieron en su cuento. En cambio, muchos de nosotros aún tenemos ese proyecto en las fincas Zambrana y Samaria. El 28 de diciembre de 2018 culminamos los 12 años, que era lo acordado con el Estado para que pudiéramos explotar este predio. Trabajé allá y en la vereda del corregimiento del Valle, donde vivo y estoy vinculada a las actividades. Estoy liderando un proyecto de vivienda para víctimas del conflicto de todo el corregimiento, con madres cabeza de familia y campesinos que no tengan vivienda. Seguimos tocando puertas para beneficiar cien familias.
De acuerdo con el documento del Centro Nacional de Memoria Histórica ‘La justicia que demanda memoria: las víctimas del Bloque Calima en el suroccidente Colombiano’, este grupo se desmovilizó el 18 de diciembre de 2004. El día de la desmovilización se confirmó lo que múltiples personas habían señalado: la mayoría de los paramilitares no eran de la región. Aproximadamente 70 % provenían de Córdoba y municipios del Urabá antioqueño como Apartadó, Carepa, Necoclí, Mutatá, Chigorodó, San Juan y Arboletes.
Exilio y retorno
En el 2005 me tuve que ir de la zona porque en esa época me convertí en objetivo militar del Sexto Frente de las Farc. Lo hice por la seguridad de mis hijos. Regreso en el 2010 y como estoy vinculada a la Agencia Nacional de la Reintegración, ACR, le propongo a la comunidad que hagamos unas capacitaciones a través del Sena con el programa de jóvenes rurales y emprendedores, porque quería volver a conectarme con la comunidad.
Como acá todo el mundo me conoce, la gente me aceptó y la propuesta que yo les llevé era para ellos viable, para que pudieran prepararse y crear unidades productivas. Fue así como iniciamos el trabajo. Acá creamos dos unidades productivas de ese programa como población vulnerable: se creó una de cerdos y otra de truchas.
También participé en la construcción de la capilla Nuestra Señora del Carmen y le propuse a la comunidad que nos permitieran a unos desmovilizados hacer las 80 horas de trabajo social para cumplir con uno de los acuerdos de la Ley 1424 y la comunidad, en presencia de la Junta de Acción Comunal. Así pusimos nuestro granito de arena, las seis personas de El Arenillo que participamos de ese proceso en el 2013.
Entonces estaba la cooperación internacional con 17 países que apoyan estas iniciativas e hicimos un evento con la visita de 17 representantes. Para mí fue una gran oportunidad poder apoyar a esta comunidad tan victimizada por la presencia del grupo armado. Aportamos un granito de arena a esta reparación individual y también a la reparación colectiva. En mis manos no estuvo hacer daño acá, pero sí en el grupo y yo estaba ahí. Aportar es muy satisfactorio, ver que El Arenillo es muy nombrado a nivel nacional e internacional, porque el Estado fijó sus ojos en esta tierra, es muy emocionante.
La fuente de su fuerza
Yo soy una persona muy espiritual. Cuando me desmovilizo y me tengo que ir de la zona, paso muchas dificultades con mis hijos, entonces eso me ayudó a que me prendiera más de la mano de Dios y a volverme más espiritual. Todos los días le doy gracias, Él es mi fortaleza, porque ser señalado por todo el mundo de la noche a la mañana es muy duro.
En mi vereda éramos ocho o diez los que estuvimos en las Autodefensas, vivíamos en la zona y pudimos retornar. La gente piensa que esas cosas no son posibles, que es cuento, pero fíjese que sí lo logramos, que a veces cuesta, pero hay que creer, porque, de lo contrario no se puede reconstruir.
No es fácil volver a dar la cara, porque hay quienes no lo ven con buenos ojos, pero bueno, yo creo que cuando se está con Dios en el corazón, todo debe salir mejor al final. Dios siempre es el escudo para uno, para decir que así como se hizo tanto daño se puede hacer el bien. Nunca estuve alejada de Él, con todos los errores que estaba cometiendo, siempre pedí la mano de Dios y de la Santísima Virgen y pidiendo intermediación para mis hijos, para que nada malo les fuera a pasar.
Hace tiempo no venía por acá, pero ahora que lo hago veo tantas cosas y tanto progreso. Para mí es satisfactorio, bendigo esta comunidad y sigo aportando a ella, desde distintas orillas.
En mi vereda éramos ocho o diez los que estuvimos en las Autodefensas, vivíamos en la zona y pudimos retornar. La gente piensa que esas cosas no son posibles, que es cuento, pero fíjese que sí lo logramos, que a veces cuesta, pero hay que creer, porque, de lo contrario, no se puede reconstruir.
En mi caso, no fue nada fácil porque la cabeza más visible de la organización en la zona era yo. Estaba consciente de que tendría muchos ojos encima y por eso opté por ser franca y por andar de frente para dar confianza.
No era la única, porque de esa época, resultamos involucradas personas estratégicas dentro de la comunidad. Con la presencia de las Autodefensas, nacieron muchos niños porque se hacían fiestas y ellos (los paramilitares) supuestamente eran la autoridad de la zona. Algunas se enamoraron y de esas relaciones quedaron muchos niños que ahora están creciendo sin padres, porque los hombres murieron o huyeron. Son los niños huérfanos, frutos de la guerra. Solo tres o cuatro quedaron inmersos en un hogar.
Recuerdos que no se van
De mi vida y de mi experiencia en sí yo no he escrito, solo las entrevistas que he dado a los medios, a las universidades y a quienes quieren saber de mi historia. Alguna vez hice una reseña, pero como algunas cosas me entristecen, me deshice de eso. Lo que conservo son los recuerdos que llevo en mi interior.
Del antes, uno queda marcado de por vida, porque son situaciones y días difíciles que no tienes planeadas dentro de tu vida cotidiana, como cuando llegó la presencia de ellos, cuando me contactaron… Es muy difícil describir la sensación que sientes al tener que tratar personas que nunca has conocido, sin ni siquiera saber qué fue lo que pasó, por qué están heridos, qué condiciones tienen o qué pensamientos. Eso es difícil de olvidar, pero prefiero hablar más de las vivencias en lo emocional, de lo que me ocurrió y cómo lo transformé, en lugar de citar cosas específicas que de pronto me puedan poner en riesgo.
Después, pasada toda esa tormenta, mis días especiales son muchísimos, porque vuelvo a la familia, a la comunidad y a tener libertad de tomar decisiones; son momentos que diariamente le agradezco a la vida. Es que no ser dueño de la vida de uno es algo que no se puede explicar. Prefiero recordar cómo aprovechamos los momentos y las oportunidades que nos dio Reintegración.
Hay un cambio, en estos momentos mi vida es otra, económicamente me fue muy bien, gracias a Dios. Me preparé, tuve un crecimiento personal para mi bien. Crecer con mis hijos, formarlos y ver que son hijos agradecidos, que están en el bien, son momentos que a diario hay que agradecerle al Creador.
Pienso en esa época, porque claro, es difícil de olvidar. Desplazarse y estar escondidos, les afectó mucho a mis hijos, para el estudio, para todo. Hoy en día, estoy agradecida. Estar ahora ayudando a la comunidad, construyendo país y construyendo paz, porque la paz se construye, aunque haya gente que así no lo entienda.
Hoy en día, veo con alegría que la región está progresando. Ya veo mucha inversión y como mucha gente que abandonó sus predios, retornó. Están apoyando el ecoturismo y los entes miraron a la zona que estaba tan desprotegida. Todo ha ido cambiando. Muchos jóvenes se están preparando. La reparación ha dado frutos”.