Un perdón poderoso
El secuestrado que perdonó setenta veces siete a las Farc
Setenta veces siete. Está escrito en la Biblia, en Mateo 18, 22. Allí, Pedro le pregunta a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces?”. A lo que Jesús le responde: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
Esa frase la pronuncia sin titubear César Augusto Lasso, sargento de la Policía, secuestrado por las Farc el 1 de noviembre de 1998 en la trágica toma a Mitú y liberado el 2 de abril de 2012.
Si el sargento hace cuentas, serían más de setenta veces siete las que tendría que perdonar a la guerrilla por convertirlo en el policía que más tiempo permaneció secuestrado en Colombia; por llevárselo cuando su esposa tenía en su vientre a su hija. Por los cilindros bomba y las ráfagas que llovían del cielo ese día en que se salvó de milagro, mientras 82 de sus compañeros murieron y otros 43 fueron secuestrados junto a él.

Por haberlo amarrado por años a unas cadenas que compartía con su amigo John Frank Pinchao. Por encerrarlo en una jaula, privándolo incluso de la libertad de ver el firmamento estrellado, sin alambres de púas. Por quitarle la intimidad de sus angustias, plasmadas en cuadernos que llenó en la selva. Por el llanto y el dolor que por años angustió a su familia, sin tener prueba alguna de su supervivencia.
¿Cómo puede perdonar setenta veces siete a la guerrilla un hombre al que le arrebataron 13 años, 5 meses y un día de su vida?
Esta es la historia del sargento Lasso, el hombre que junto a otros protagonistas de la guerra y la paz en Colombia, decidió impulsar encuentros íntimos del perdón, donde víctimas y victimarios hacen catarsis, se miran a los ojos y ruegan para que los absuelvan por los errores cometidos.
Allí, exsecuestrados y exguerrilleros recorren juntos el país, dando un ejemplo inédito de reconciliación, con el respaldo de un grupo de asilados en Canadá (muchos de ellos, víctimas de la violencia) que crearon una fundación de voluntarios llamada Ágape por Colombia.
La toma a Mitú, capital de Vaupés, se produjo el 1 de noviembre de 1998. La guerrilla llegó en la madrugada con más de mil guerrilleros que participaron en el ataque, uno de los más cruentos que se recuerde de las Farc.
La estación de policía y otras instituciones alrededor quedaron destruidas. Luego de 72 horas de toma se llevaron a 61 uniformados que por mucho tiempo hicieron parte de la lista de canjeables. En 2001 fueron liberados algunos de ellos, como parte de un intercambio humanitario. De este grupo hacía parte el recordado Jhon Frank Pinchao, que se fugó en abril de 2007; el teniente Javier Rodríguez, también liberado en la Operación Jaque, y el general Luis Ernesto Mendieta, que salió libre en junio de 2010, entre otros. Al sargento Lasso lo liberaron el 2 de abril de 2012 junto a otros diez secuestrados. Su mamá, en Cali, lo aguardaba ansiosa.
Encerrado en la selva

“El día en que nos atacaron las Farc (1 de noviembre de 1998) me salvé por Dios, que lo guarda a uno. Todos los que estaban en mi sitio de facción murieron. Yo iba hacia allá con el cabo Peña (Luis Hernando, quien murió en cautiverio) y no pude cruzar la calle porque el fuego era intenso. Caían cilindros, bombas y balas del cielo. Entonces me pasé a la Caja Agraria y desde ahí repelía el ataque. Siete horas después me vi rodeado, quedé atrapado, viendo la magnitud de guerrilla que había en la zona.
Sabíamos que eso iba a pasar. Dos meses antes lo advertimos en un informe de inteligencia a Bogotá y a la Brigada en Villavicencio. Solo esperábamos que llegara el momento que nos cambió la vida para siempre.
En trece años, cinco meses y un día pasaron tantas cosas y a la vez no pasaba nada; son días eternos, años, incluso, en que ni siquiera nuestras familias sabían que estábamos vivos. Hay cosas muy duras por las que tuvimos que pasar…
La enfermedad
El 26 de diciembre de 1998 me dio paludismo por primera vez. Luego me repitió otras cuatro veces. Recuerdo la fecha exacta porque estuvo cerca de la Navidad. Era medianoche, iba para el chonto (el baño), cuando empezaron el vómito y los dolores; fue terrible.
Luego vino la leishmaniasis que me estaba comiendo un brazo y me angustié mucho porque vi cómo a un guerrillero se le había caído un pedazo de la oreja por lo mismo. Me aplicaron 25 inyecciones. Ahí, otra vez, estuvo la mano de Dios.
La jaula:
En junio de 2001 (tras el Acuerdo de Los Pozos) liberaron 350 uniformados a cambio de unos guerrilleros enfermos. A los mandos no nos liberaron, en cambio nos llevaron a un encierro que cuando lo vi por primera vez (malla alrededor y malla por encima), se me erizaron los pelos, me dio escalofrío. No nos liberan y de repeso nos llevan a un sitio así, minimizados, sin dignidad…
La sentencia de ‘Jojoy’
En diciembre de 2001 ya nos habían reunido a los mandos secuestrados del Guaviare y Meta. Ya estábamos con los políticos. A los uniformados nos reúnen con el ‘Mono Jojoy’ y él nos dice con crudeza: ‘prepárense para un largo tiempo’. Ya para entonces estábamos encadenados en parejas.
La marcha de la muerte
En 2004 estuvimos en un campamento, por varios meses. Ahí nació Emanuel (el hijo de Clara Rojas); conocimos a Ingrid Betancourt y a los americanos. Martín Sombra era el comandante, muy dictatorial y mala gente. Un guerrillero nos llevó un DVD y vimos ‘El Señor de los anillos’, donde hay una escena en que los soldados tienen hambre y matan a uno de ellos y se lo comen. Ellos le llamaron la marcha de la muerte.
Al salir de ese campamento vivimos nuestra propia marcha de la muerte, que duró 34 días, en el extremo del Meta o el Guaviare. En esa marcha hubo varios guerrilleros muertos. Los que se quedaban cuidando ‘la economía’ (las despensas de comida regadas en la selva).
A Ingrid y a Mendieta los llevaban cargados en hamaca. Fue muy difícil, además, porque durante el gobierno de Álvaro Uribe arreciaron los ataques del Ejército y había que huir.
El último grupo
Al final de la marcha nos separaron en tres grupos. Al principio no sabía en cuál pedir que me dejaran. Ellos lo decidieron y quedé en el que al final tardó más en recobrar la libertad. Luego de mucho andar nos encontramos con el Frente Primero (el que estaría en la disidencia). El encargado de cuidarnos era el comandante Arturo.
La masacre de los diputados
Ese junio de 2007 estábamos en un sitio que se había inundado. Hacía días no nos prestaban el radio, pero esa mañana prendieron uno, lejos, a alto volumen.
Entonces dijimos: algo pasa. Y luego vienen los guerrilleros y nos dicen “mataron a los diputados”, sentimos mucho dolor, sobre todo, pensando en las familias. Sentimos miedo y pensamos: ‘en qué momentos vienen y nos matan aquí’.
La bomba
Eso fue en el 2008, en abril. Explotaron dos en la zona en que estábamos y la tercera estuvo a punto de caernos encima. Ese día pensamos que nos íbamos a morir.
El rayo
El 16 de septiembre de 2008 cae un rayo y mata a un guerrillero y nosotros caímos al piso, pero no nos pasó nada. Dios estaba ahí de nuevo, cuidándonos.
Fumigaciones
El 17 de abril de 2009 estábamos por Tomachipán (Guaviare) y una avioneta de fumigación desciende a tan poca altura, que alcanzamos a verle la cara al piloto. Adelante está el cultivo de coca, la avioneta pasa, pero quizás nos ve y al final no suelta el veneno y vuelve y se eleva. Los guerrilleros le apuntan, pero no disparan. ‘Ese gringo se salvó por ustedes’, dicen. La guerrilla no podía atacar, porque nos ponía en peligro.
Encuentros por la paz
Lo mejor que nos pasó en todos esos años fue, obviamente, volver a la libertad, en abril de 2012. Todo pasó rápido. Veníamos en un helicóptero y mientras mirábamos por la ventana, cantamos:
“ya vamos llegando,
me estoy acercando,
no puedo evitar que los ojos se me agüen”
Lo recuerdo ahora mientras veo estas páginas de los periódicos de entonces.
Cuando llevaba seis meses libre, en octubre de 2012, llego a Cali a visitar a mi mamá y me invitan a un encuentro de víctimas del conflicto en Yanaconas. Allí escucho la historia de un muchacho guerrillero, de una mujer desplazada, de otra abusada y siento que mi historia no es nada dura en comparación de las de ellos.

Al final la gente nos abraza y piden perdón y yo pido perdón por la indiferencia ante el dolor de los demás. Al ver tan buena energía en esa actividad, decidimos hacer otro en Villavicencio (allí siguió vinculado a la Policía el sargento Lasso). Salió todo muy bien. Pedí trabajar en el Gaula en la unidad de atención a víctimas y conozco muchas historias, como la de una señora que venía de Tumaco desplazada y con tres nietos, la hija sin trabajo pagando arriendo y ya no tenía cómo alimentarlos. Historias muy duras todas…
Después de un viaje de varios meses a Costa Rica, al que me manda la Policía para contar la realidad del conflicto en Colombia, me vinculo a la Fundación Ágape, que respalda un grupo de colombianos residentes en Canadá, algunos refugiados, que se juntaron para ayudarse y apoyar actividades en Colombia”.
René es un desmovilizado de las Farc, víctima del reclutamiento de menores en el Cauca, quien hoy trabaja con la Asociación Colombiana para la Reintegración. Él, junto con Lasso y otros exsecuestrados, impulsan los encuentros de perdón de la Fundación Ágape. Esta es su parte en esta historia.
“Desde 2007, Ágape llevaba jóvenes que fueron víctimas a experiencias de pasantías en Canadá. Logramos ir seis personas, ya luego no se pudo más. La ‘Mona’ Inés (Marchand) y los demás nos siguen apoyando desde lejos. Así hicimos un encuentro en el Eje Cafetero con víctimas y victimarios. Allí aparece Fidelina, víctima de todos los grupos armados. Ella es de Buenaventura y tenía una carga tan fuerte, que cuando nos ve, nos dice: ‘cómo es posible que a un victimario lo lleven al Canadá y a mí, que me ha pasado de todo, no me han ayudado’. Ese día le pedimos perdón y lo agradeció. Dijo que nadie le había pedido perdón. Ahora va a todos los encuentros.
Luego vino una reunión en Tocancipá. Allí estuvieron varios de los reinsertados que hoy trabajan en Panaca, entre ellos, una chica que fue abusada por la guerrilla. Ella empieza a hablar y cuenta cómo ha superado sus traumas. También está el testimonio de un policía víctima de una mina ‘quiebrapatas’ en el Cauca, que es muy positivo y alegre, a pesar de la dificultad. Dice que debido a que perdió la pierna, pudo salir de los combates y ver crecer a sus hijos. Agradece a pesar de su condición.
Hemos hecho seis encuentros ya. Todos salen tan renovados que por eso lo hacemos así, en silencio, no por ganar fama. Apenas estamos contando la experiencia porque necesitamos apoyo para continuar”.
El sargento Lasso retoma su testimonio:
“Esto va a seguir creciendo. Hace poco creamos la junta directiva. El presidente es Frank Trejos, secuestrado de la toma de Puerto Rico y yo soy el vicepresidente. Le estamos dando una estructura sin ánimo de lucro. Siempre he tenido ese don de servicio y creo que desde el uniforme uno puede hacer cosas muy buenas.
Quién soy yo para no perdonar. No quiero vivir con amarguras en mi corazón. Este país no necesita más gente así. Necesita gente que piense en la reconciliación.
A veces, debo confesarlo, me cuesta trabajo perdonar a los guerrilleros que fueron a negociar la paz a La Habana, por la arrogancia, porque no fueron humildes. Pero tenemos que perdonar. En la guerrilla conocí la parte humana de los guerrilleros, que aguantaron hambre como yo, muchos murieron en condiciones tristes y quedaron enterrados en la selva.
Solo que no puedo con la arrogancia y espero que les llegue humildad a sus líderes y a tanta gente de aquí que no se toca, que es tan indolente. Yo perdoné y así vivo feliz. Ahora lo que me queda es ayudar a que muchos se animen a perdonar a sus hermanos. ¿Es tan difícil perdonar? No creo. Por eso digo que hay que perdonar setenta veces siete”.